miércoles, 30 de abril de 2014

Juicio al doctor Garrido a puerta cerrada...

«Las alegres comadres, y no de Windsor, tuvieron un disgustazo: se las prometían muy felices con la vista seguida a un catedrático de Granada, el doctor Garrido, que mató a su esposa a tiros en un hotel de la Gran Vía. Acuden a la Audiencia y el juicio se celebra a puerta cerrada, ¡por vida del rey de bastos!»

] ABC, Madrid, martes, 17 de diciembre de 1929 [

viernes, 28 de febrero de 2014

Los Garrido Jiménez: la occisa y su marido asesino


Doña Josefina Jiménez y el Dr. don Francisco Garrido, protagonistas del trágico suceso del Hotel Alfonso XIII de Madrid.


] La Unión Ilustrada, Madrid, 3 de marzo de 1929 [[

jueves, 20 de febrero de 2014

Muerta de tres tiros por su esposo, el doctor granadino Francisco Garrido



El cadáver de la señora doña Josefina Jiménez, muerta de tres tiros por su esposo, el doctor granadino D. Francisco Garrido -por supuesta infidelidad conyugal-, en la tarde del sábado, en un hotel de la Gran Vía, de Madrid. (Ftos. Alfonso)

] Mundo Gráfico, 20 de febrero de 1929. [

miércoles, 19 de febrero de 2014

Los protagonistas del suceso de la Gran Vía

De la tragedia conyugal en el Hotel Alfonso XIII


Esta tarde ha tenido lugar el entierro del cadáver de doña Josefina Jiménez


El sumario

El juez de instrucción del Centro, Sr. Rodrigo, acompañado del fiscal, dedicó varias horas a la ordenación de todo lo actuado. Según noticias extraoficiales, el juez de guardia que intervino en el asunto realizó una labor meritísima y aportó al sumario datos y documentos de positivo interés.

Ante el Sr. Rodrigo prestarán nueva declaración todas las personas que depusieron a raíz de la tragedia.

La diligencia de autopsia

Como ayer anticipamos, a las seis de la tarde se practicó en el Depósito judicial, a presencia del Juzgado y de algunos familiares de los cónyuges, la autopsia al cadáver de Josefina Jiménez Montelli.

La diligencia estuvo a cargo de los médicos forenses D. Manuel Pérez Petinto y D. José Tena Sicilia. Duró más de dos horas.

En el avance, según parece, se determina que la muerte fue originada por hemorragia interna traumática. El dictamen, que requiere detenido estudio, será entregado al juez dentro de unos días.

El estado del Sr. Garrido

Durante las horas que D. Francisco Garrido pasó en un calabozo del Juzgado de guardia los funcionarios advirtieron que se hallaba en un estado de excitación nerviosa verdaderamente alarmante, y el juez dispuso que se montase guardia de vista.

Ante el temor de que atentase contra su vida nuevamente, el señor Garrido, esposado y con las debidas precauciones, fue trasladado a la Cárcel Modelo, para que allí fuese atendido como su estado requería.

Según nuestros informes, D. Francisco se halla en la enfermería de la prisión, aunque su estado no inspira serios temores.

Llegada de parientes y familiares

Se encuentran en Madrid varios parientes y familiares de los cónyuges, llegados con motivo del triste suceso.

Entre estas personas figura el ilustre rector de la Universidad de Granada, D. Fermín Garrido, hermano de D. Francisco.

Las desavenencias conyugales

Granada 19.— Se conocen nuevos detalles relacionados con el desventurado matrimonio.

Hace poco más de un mes se originó un grave disgusto entre ellos, y aunque una de la criadas, acostumbrada ya a estos disgustos, hizo funcionar una pianola para que los vecinos no advirtieran la verdadera batalla campal que se desarrollaba en la vivienda, el escándalo no pudo evitarse, pues doña Josefina, muy ligera de ropa, a las once de la noche, y sin temor al aguacero que caía, abandonó el piso, sin paraguas, presentándose en una farmacia, desde la que solicitó hablar por teléfono. Presentaba algunos rasguños en el pecho y llevaba el vestido destrozado.

Se sabe que habló telefónicamente con la casa de su abogado y que le planteó su deseo de que entablara la demanda de divorcio. El doctor Garrido envió a una de las criadas a la Comisaría de Vigilancia para informarse del paradero de su esposa; pero allí nada pudieron decirle acerca del mismo. Doña Josefina tomó un automóvil y marchó al domicilio de unos tíos suyos, en la plaza Nueva, con los que vivía antes de contraer matrimonio, hace doce años. Al día siguiente, el marido se presentó allí, se reconcilió con su mujer y juntos regresaron a la casa de la Gran Vía.

Recientemente parece que había heredado doña Josefina 15.000 pesetas de una tía suya, y como su marido se estaba preparando para las oposiciones a la cátedra de Sifilografía y Dermatología de esta Facultad y había sido pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios para marchar al extranjero, decidieron hacer el viaje juntos, pasando tres meses fuera.

El juez del Centro, de guardia

El juez del distrito del Centro, señor Rodrigo, entró esta mañana de guardia.

Durante el día de hoy no ha practicado ninguna diligencia de importancia. Se ha limitado a estudiar y ordenar lo actuado para proseguir las diligencias. Ahora se halla esperando el dictamen de autopsia.

Como decimos anteriormente, a última hora de la tarde subirá a la cárcel para comunicar a D. Francisco Garrido el auto de procesamiento y prisión.

El Sr. Garrido continúa en la enfermería

Esta tarde continuaba en la enfermería de la cárcel el doctor Garrido.

ANTES DEL SEPELIO

La honrada plebe

A las tres de la tarde, ante las puertas del Depósito de cadáveres se agolpa una espesa multitud de curiosos. De curiosas, mejor dicho, que disputan con los guardias y forcejean con los porteros del Depósito, intentando penetrar en la capilla en que se encuentra el cadáver de doña Josefina Jiménez. Ante la avalancha de gente, que cada vez va creciendo, la Comisaría del Hospital envía más fuerzas: policías y guardias de Seguridad a pie y a caballo. En pocos minutos estos últimos restablecen el orden y obligan a la gente a formar dos colas, que se extienden hasta la glorieta de Atocha. Las inmediaciones del Depósito están también atestadas de público.

Cuando las mujeres que esperan se dan cuenta de que no van a ver el cadáver empiezan los comentarios.

En medio de un grupo de modistillas una vieja gruñe:

—¡Claro; el dinero todo lo tapa!... Si hubiera sido una pobre nadie se hubiera preocupado de ella. ¡Pero como es una señora de «copete»...!

Otra viejecita disculpa a la muerta:

—Si ha pecado —dice—, bien ha pagado su culpa. No hay que cebarse con ella, señora; que una desgracia así la puede tener cualquiera...

Se forman entonces en el centro del grupo dos bandos: uno defiende a doña Josefa Jiménez; el otro la ataca. Pero todas ellas gritan, manotean, se insultan... De vez en cuando los guardias ponen paz metiendo sus caballos en las filas.

El hombre que presintió el suceso

Hay orden de no dejar pasar al Depósito de cadáveres a la gente que espera en la calle. Únicamente pueden ver el cadáver periodistas y familiares de la muerta o de su esposo. A las tres y media llega un joven médico granadino, amigo y discípulo de D. Francisco Garrido. En el patio del Depósito este señor, que no quiere dar su nombre, cuenta cómo vio hace unos días a su amigo y maestro.

—Yo vi a D. Francisco el viernes por la noche, hacia las ocho. Me lo encontré de repente en la calle de Alcalá, esquina a la de Sevilla. Don Francisco, a pesar del frío intensísimo que hacía, iba sin abrigo y sin chaleco, pálido y desencajado. Lo paré.

—¿Qué hay don Francisco —le dije- no se acuerda de mí?

Después de mirarme un rato fijamente, me contestó:

—Sí; sí me acuerdo de usted.

Entonces yo, viendo su cara descompuesta, le pregunté si estaba enfermo, si le ocurría algo extraordinario.

—No, no. Me encuentro bien de salud. Ya conoce usted mi vida; tengo algunos disgustos...

—¿Quiere usted que le acompañe? —insistí.

—No, no se moleste —me contestó—. Tengo, además, que hacer unas visitas y algunos encargos...

—A mí me impresionó mucho el encuentro —concluye el médico granadino—. Presentí en aquel momento el triste suceso que desgraciadamente ha ocurrido después...

La viejecita enlutada

En la capilla del Depósito judicial, además del cadáver de doña Josefina Jiménez, está el de un señor que murió anteayer de repente en un hotel de la calle de Alberto Aguilera.

El cuerpo de la señora Jiménez está colocado en medio de la capilla, sobre un sencillo ataúd de madera negra.

El triste local está casi vacío. Dos silenciosos mozos del Depósito velan los cadáveres. Al lado del de la señora de D. Francisco Garrido hay una viejecita enlutada, abrigada con un mantón, que solloza fatigosamente. La acompaña un joven.

Les preguntamos si son parientes de, la muerta.

—Sí; pero lejanos —contesta el joven. Apenas si la conocíamos. No pongan nuestros nombres...

El entierro

A las cuatro y cuarto llegan los empleados de la Funeraria y la carroza, tirada por cuatro caballos. El entierro es de segunda y ha costeado los gastos D. Fermín Garrido, hermano de D. Francisco, que llegó anoche a Madrid.

Poco después aparecen las personas que van a presidir el duelo, y casi al mismo tiempo el clero.

A las cuatro y media, después de haber envuelto el cadáver en una sábana blanca, los empleados de la Funeraria cierran el ataúd y lo colocan en la carroza fúnebre.

Toda la calle de Santa Isabel está llena de gentes. Los automóviles apenas pueden cruzar por en medio de la multitud. A duras penas los guardias y los policías pueden contener a toda la masa de curiosos.

Después de unos responsos, que reza un cura, la comitiva fúnebre se pone en marcha.

Presiden D. Lorenzo Tiburcio Garrido, primo de D. Francisco; don Alfredo Velasco, director general de la Compañía de Tranvías de Granada; D. Francisco Martínez Nevot y D. Eduardo Fernández Molina, amigos todos ellos de D. Francisco, y D. Fermín Garrido.

Por la familia de la muerta van D. Francisco Medina de Togores, pariente político de ella, y D. Diego Reyes.

El público sigue largo rato detrás de la carroza fúnebre. Por fin, cuando la comitiva entra en el paseo del Prado, los curiosos van dispersándose lentamente.

A las seis en punto el cadáver es inhumado en el cementerio del Este.

Una aclaración

Por un error de ajuste —que nuestros lectores, seguramente, habrán subsanado— fue colocado en nuestra edición de anoche el paquete titulado «El diplomático se niega a declarar» antes que el rotulado «El juez encarga a la Policía la busca de un amigo de la muerta».

Este amigo se hospeda en un hotel céntrico, que no es el Alfonso XIII, y a aquel hotel nos referíamos y no a éste al decir que el dueño había acudido con su esposa a un baile, donde fueron a buscarle los agentes policíacos.

Por culpa de este error de ajuste parece que el dueño del hotel Alfonso XIII estuvo en el baile, y ello es muy lamentable, y lo lamentamos de corazón, pues dicho señor ha sufrido recientemente una desgracia de familia y está de luto.

Conste así, aunque, lo repetimos, no es necesaria la aclaración.

] Heraldo de Madrid, martes, 19 de febrero de 1929. [

Del crimen en el hotel Alfonso XIII


Madrid. Durante todo el día del domingo y ayer lunes desfilaron por el hotel Alfonso XIII numerosos médicos y catedráticos, que se han interesado por la salud del niño Manuel Garrido, hijo del doctor D. Francisco Garrido, que el sábado último dio muerte a su esposa, doña Josefina Jiménez, en una de las habitaciones del hotel.

Las autoridades han continuado su actuación respecto a este suceso. Parece ser que D. Francisco y doña Josefina llegaron a Madrid el día 7 y estuvieron hasta el 9, fecha en que abandonaron el hotel para irse a Barcelona.

Se cree que marchó solo D. Francisco a esta ciudad, mientras su esposa permanecía en Madrid en casa de unos parientes.

El día 13 volvió el matrimonio al hotel y estuvo hasta el 16, que fue cuando ocurrió el crimen.

El niño continúa en el hotel y pregunta constantemente por su madre. Algunos catedráticos de los que han acudido manifestaron que estaban dispuestos a hacerse cargo de la criatura, pero ésta continuará en el hotel hasta que la recoja un hermano de D. Francisco Garrido.

*

En la tarde de ayer, los doctores Pérez Petinto y Tena Sicilia practicaron la autopsia al cadáver de doña Josefina Jiménez. La operación de autopsia duró hasta pasadas las ocho de la noche, y fue presenciada por el Juzgado instructor, el fiscal de guardia y familiares de la víctima.

El dictamen médico no será entregado al Juzgado hasta dentro de dos o tres días; pero, según noticias que llegan a nuestro poder, podemos afirmar que en el mismo se declara que la muerte fue producida por hemorragia interna traumática.

El entierro de la señora Jiménez se efectuará hoy, a las cuatro de la tarde.

Como hoy se cumple el plazo legal de detención, es probable que el Juzgado que instruye las diligencias por el triste suceso desarrollado en el hotel Alfonso XIII, se persone en la Cárcel Modelo, para ampliar las declaraciones del ilustre doctor Garrido, y notificarle, a la vez, el auto de procesamiento y prisión.

] ABC, Madrid, martes, 19 de febrero de 1929. [

martes, 18 de febrero de 2014

Catedrático de la Universidad de Granada mata a tiros a su mujer, joven de espléndida belleza

Una tragedia conyugal en el Hotel Alfonso XIII


El catedrático de la Universidad de Granada don Francisco Garrido, atormentado por los celos, mata a tiros a su mujer, joven de espléndida belleza


Al margen del suceso toma relieve la figura de un diplomático extranjero

El monstruo de los celos ha sumado una víctima más en su estadística siniestra. Un marido calderoniano, brutalmente calderoniano, ha dado muerte a su mujer. La inteligencia cultivada de este hombre no le ha librado de las preocupaciones y errores seculares de la vida española.

Cuando el matador pertenece al proletariado; cuando no ha recibido educación o la ha recibido muy menguada; cuando se trata, no ya de un depauperado físico, sino que también moral, rebuscamos en lo íntimo de la conciencia una atenuante, una eximente acaso. Su crimen no es exclusivamente suyo. De su crimen es responsable —y no ciertamente en grado minúsculo— la sociedad...

Pero el caso que ahora somete la realidad a nuestra consideración, por el encasillado social del protagonista, nos deja un poco anonadados. Decididamente la ineducación —no se trata, sin duda, de un problema jurídico, sino de educación— es general en el país y afecta por igual a altos y bajos, ricos y pobres, cultos e ignorantes.

El suceso

Fue el sábado, a primera hora de la noche, en el hotel Alfonso XIII, y tuvo una gran resonancia. La avenida do Pi y Margall estaba concurridísima cuando circuló como reguero de pólvora la noticia de la tragedia.

El público, conmovido y curioso, se apretujó frente al portal de la casa número 12, donde se halla instalado el hotel, y fue preciso que los agentes de la autoridad impidieran a los más inquietos que se precipitasen escaleras arriba para inquirir detalles del crimen.

Los protagonistas

Los protagonistas del suceso son personas de calidad. El matador, don Francisco Garrido Quintana, es doctor en Medicina y catedrático de la Universidad de Granada. Nació en aquella ciudad y tiene cuarenta años. Su esposa, la víctima, se llamaba Josefina Jiménez Monteguí. Contaba veintinueve años y era natural de Santa María de Marlés (Barcelona).

Don Francisco pertenece a familia que goza en Granada de máximos prestigios. Es hermano de don Fermín Garrido, catedrático de Patología y actualmente rector de aquella Universidad, persona venerada por su ingénita bondad y popularísima por sus aciertos profesionales.

Pertenecía también la muerta a honorable familia; pero no lo quedaban ya otros parientes próximos que unos tíos que residen en Santa María do Marlés.

Los esposos disfrutaban de una envidiable posición social y económica.

El matrimonio, con sus hijos, vivía en Granada, Gran Vía, 45.

Antecedentes varios

Don Francisco Garrido Quintana casó con Josefina Jiménez Monteguí en Granada hace once años. Precisamente se cumplía el aniversario del matrimonio el día mismo en que se perpetró el crimen.

Josefina era mujer de espléndida belleza.

Del matrimonio tuvieron cuatro hijos: Silvina, que cuenta diez años —ayer, domingo, debió celebrar la infeliz su fiesta onomástica—; Paquito, que tiene ocho y que cursa las primeras letras en el colegio de los Escolapios, en Granada; Josefina, de cinco años, y Manolito, de tres.

Los primeros años de la vida conyugal transcurrieron felices. Don Francisco y Josefina paseaban triunfalmente por Granada su amor y su ventura. Un matrimonio modelo.

Pero transcurrido algún tiempo variaron las cosas lamentablemente. Josefina, cultivó ciertas amistades que nada favorecían a su reputación y dio en la mala costumbre de exhibirse más de lo que al recato de una mujer casada conviene, y era, en fin, portavoz y arbitro de la moda.

El cambio fue advertido y comentado. Y el esposo experimentó el disgusto y la alarma que es de suponer.

Las fiestas mundanas, las toaletas atrevidas, el «flirt» peligroso eran ya sus pasiones. Gustaba también de los viajes, muchos de ellos absurdos, extravagantes, concebidos y realizados atropelladamente...

Las hablillas maliciosas empezaban a minar el buen nombre del matrimonio. Don Francisco aprestóse a la defensa, trató de poner eficaz remedio a las veleidades de su esposa; pero estaba enamoradísimo de ella y no tuvo fuerza de voluntad para oponerse a sus caprichos.

Los celos realizaron su obra. Don Francisco Garrido limitó cuanto pudo el círculo de sus amistades, obsesionado por la idea de aislar en lo posible a Josefina, y llegó finalmente a desatender, primero, a abandonar, más tarde, su dilatada clientela.

Últimamente D. Francisco pensó en expatriarse una larga temporada. Y por mediación de su hermano, el rector de la Universidad de Granada, obtuvo del Gobierno una comisión de carácter científico en Alemania.

Las andanzas del matrimonio en Madrid

El día 30 de diciembre, a media tarde —así, atropelladamente, como decimos, eran concebidos y realizados los viajes—, Josefina expresó a su esposo un deseo vehementísimo de trasladarse a Madrid para comer en la villa y corte las uvas clásicas.

Se preparó el viaje sin pérdida de minuto, y aquella misma noche los esposos salieron para Madrid. Por cierto que, según nuestros informes, las uvas fueron comidas, cediendo don Francisco a las extravagancias de su consorte, en un acreditado «cabaret»...

Últimamente Josefina propuso a su marido pasar los Carnavales en Madrid. Don Francisco, débil, accedió. Pero, en su deseo de frenar un poco las aficiones demasiado libres de su esposa, decidió traer con ellos al hijito menor, Manolo, y a una joven encargada de su cuidado, Asunción Haro, granadina, que llevaba cuatro años al servicio del matrimonio.

Los cuatro, efectivamente, llegaron a Madrid el día 7 e instaláronse en el hotel Alfonso XIII, en el cuarto señalado con el número 1, una habitación confortable e independiente.

Apenas sacudido, como suele decirse, el polvo del viaje, los esposos salieron a la calle. Iban de compras, según dijeron. Regresaron a la una, y después de almorzar salieron al «hall», donde recibieron algunas visitas.

La belleza de Josefina produjo en el hotel, como en todas partes, una gratísima impresión.

Por la noche estuvo el matrimonio en un teatro, y dejó a Manolito al cuidado de la criada.

Al siguiente día D. Francisco tuvo que salir solo para evacuar unos asuntos profesionales. Al regresar se encontró con que su esposa no estaba en el cuarto. Llamó a la camarera y preguntó:

—¿Ha salido la señorita?

—Está en el «hall»— respondió la sirvienta.

En efecto, Josefina llegó al instante; pero D. Francisco no pudo ocultar el disgusto que le produjo el hecho de que su esposa saliese sola al «hall».

Aquella misma noche los señores de Garrido marcharon a Barcelona, luego de pedir al dueño del hotel que les reservase la misma habitación para su regreso.

El día 13 estaban de vuelta. Permanecieron todo el día en el cuarto, con su hijito y la criada. Allí les fueron servidos el almuerzo y la comida. Por la noche fueron al teatro.

En los días sucesivos D. Francisco y su esposa hicieron vida normal. Frecuentaban el «hall». El, grave, reconcentrado. Ella elegantísima, ufana de su belleza y de su juventud.

Don Francisco salió varias veces solo. Tenía que hacer determinadas gestiones, una de ellas despachar en la Dirección general de Seguridad los pasaportes para Alemania. Pero en su deseo de abreviar estas ausencias tomaba siempre un «taxi».

Estas precauciones del marido celoso y vigilante eran inútiles. Apenas salía D. Francisco, su esposa abandonaba el hotel a pretexto de hacer algunas compras. Desde luego, Josefina regresaba pronto al hotel, como si procurase llegar antes que su marido.

Empero en dos o tres ocasiones la sorprendió su esposo fuera del hotel, y tuvieron con este motivo algún disgusto.

La consulta al abogado

Josefina, según nuestros informes, había prometido a D. Francisco acompañarlo a Alemania; pero a última hora, y luego de haberse entrevistado en Madrid, según parece, con determinada persona, negóse resueltamente a seguir a su esposo.

Esta negativa exasperó de tal modo a D. Francisco que fue a visitar a un notable letrado granadino para hablar de su divorcio.

Parece que, por iniciativa de Josefina, los esposos habían redactado un documento en el que expresaban su voluntad de separarse amistosamente. Pero D. Francisco, que, a pesar de todas las veleidades de su esposa, continuaba enamoradísimo de ella, procuró una reconciliación. Y el documento, hechas al fin las paces, quedo en el fondo de la cartera del marido.

Pero cuando ella se negó a ir con él a Alemania disputaron, y parece que Josefina exclamó:

—Puedes hacer lo que quieras. Te vas a Alemania o regresas a Granada. Yo he decidido quedarme en Madrid definitivamente.

El Sr. Garrido refirió al abogado las andanzas de su esposa y las sospechas que tenía de su deslealtad.

No obstante, el letrado trató de disuadir a D. Francisco, y éste abandonó el despacho sin haber tomado ninguna resolución.

A Granada

Don Francisco propuso a su esposa el regreso a Granada para celebrar, el domingo, la fiesta onomástica de la hijita mayor del matrimonio.

Josefina aceptó, y D. Francisco, muy satisfecho, prometió llevarla al teatro, a la función de tarde.

Ella aprovechó esta coyuntura favorable para pedir a su esposo que le permitiera salir de compras. Y D. Francisco accedió, recomendándola únicamente:

—No te retrases.

Y el Sr. Garrido anunciaba a poco al dueño del hotel que partirían por la noche.

Josefina salió a las cinco de la tarde, aproximadamente. El se quedó en el cuarto del hotel. Pero media hora después, inquieto, preocupado, se marchó a la calle.

La criada, Asunción, se quedó con el niño en el cuarto, en la pieza exterior a ella destinada.

Don Francisco volvió pronto.

—¿Ha venido la señorita?— preguntó a la criada.

—No, señorito— respondió Asunción Haro.

El Sr. Garrido, nervioso, paseó un rato por las habitaciones y los corredores del hotel.

Luego se fue a la calle nuevamente. Al regresar nada dijo; pero aparecía muy agitado. De pronto, don Francisco se acercó a la criada, y mostrándola una pistola automática le dijo:

—¡Mira lo que acabo de comprar!...

Asunción, asustada, preguntó:

—¿Para qué quiere usted eso?

—Tenía que comprarla. Y ahora mismo, cerca de aquí, la he comprado.

No hablaron más.

Eran las seis y media, la hora convenida para ir al teatro, y Josefina no había aparecido aún.

La Tragedia

Eran más de las siete cuando llegó Josefina al hotel.

Ya en el cuarto se encerró con su esposo en la alcoba destinada al matrimonio, y durante unos minutos discutieron vivamente.

Asunción, temerosa, desde la pieza inmediata procuraba oír la conversación; pero no pudo percibir las palabras.

De pronto se abrió la puerta que separaba las dos habitaciones y salieron Josefina delante y D. Francisco detrás.

Josefina se había quitado el sombrero, que llevaba en la mano. Todavía llevaba puesto el abrigo de pieles y sostenía en los brazos un paquete de encajes y otras cosas que había comprado.

Sin hablar una sola palabra, y hallándose la mujer de espaldas a su esposo, sacó éste la pistola y a quemarropa hizo tres disparos contra ella. La infortunada mujer cayó desplomada, como herida por un rayo.

D. Francisco dijo a la criada:

—Socorra usted a la señorita. Creo que la he matado.

Y presa do terrible excitación refugióse en un ángulo de la estancia.

Entonces se desarrolló una escena emocionante. El pobre niño se arrojó llorando sobre el cadáver de su madre y le cubrió el rostro de besos.

La sangre que brotaba de una herida de la cabeza tiñó la cara y las manitas y las ropas de Manolito.

Asunción, sobreponiéndose a su terror, se hizo cargo de la infeliz criatura, que al separarse de la madre muerta repetía:

—¡Que curen a mamá! ¡Que curen a mamá!...

Inmediatamente acudieron los servidores del hotel y también algunos de los viajeros. Entre ellos figuraba un médico, que reconoció a Josefina y declaró que había fallecido. Los tres proyectiles la habían alcanzado: dos, en la espalda, el tercero, en el occipital.

Don Francisco, que conservaba en la mano la pistola, intentó suicidarse. Cuando llevaba la mano a la frente, una camarera del hotel, Anita Chaves, se arrojó sobre él y, luchando bravamente, pudo arrebatarle el arma.

Después, el Sr. Garrido exclamó:

—¡Ya está hecho! ¡Que vengan las autoridades! ¡Sé cual es mi responsabilidad!...

El agresor, detenido

El agente de servicio en el hotel detuvo inmediatamente al Sr. Garrido y se incautó del arma. Es ésta una pistola automática de siete tiros, tres de los cuales habían sido disparados.

También se hizo cargo el referido agente del bolsillo perteneciente a la víctima, que se hallaba en el suelo al lado del cadáver. Contenía el bolsillo 250 pesetas en billetes del Banco, algunas monedas de plata y cobre y un pequeño retrato de Manolito. Tenía, además, un espejo, una polvera y una barra de carmín.

El Juzgado

Pocos momentos tardó en llegar el Juzgado de guardia, que lo era el del distrito de Palacio, compuesto por el juez, Sr. González Llana; el secretario, Sr. Infante, y el oficial, D. Eusebio Gómez, los cuales, con toda actividad y celo, procedieron a las diligencias propias del caso. Casi al mismo tiempo que el Juzgado llegó al hotel un médico de la Casa de Socorro del distrito del Centro, que procedió a reconocer el cadáver de doña Josefina, apreciándole tres heridas por arma de fuego, situada una de ellas en la región parietal derecha y otras dos en la espalda, todas ellas mortales de necesidad. El juez, después de recoger la oportuna certificación médica, dispuso el traslado del cadáver al Depósito judicial, ordenando que, tanto D. Francisco como la muchacha, la camarera y el dueño del hotel, pasaran a su presencia en su despacho oficial para interrogarles. Igualmente ordenó que las puertas de entrada de los cuartos números 1 y 24 quedaran selladas.

Declara el señor Garrido

Poco después en el palacio de Justicia prestaba declaración el señor Garrido.

Ignoramos lo que haya dicho al juez; pero es natural que declarase que cometió el crimen en un rapto de celos.

Don Francisco Garrido ingresó en la cárcel en un estado de aplanamiento espantoso.

El juez encarga a la policía la busca de un amigo de la muerta

En Madrid son muchas las personas que conocían y trataban al matrimonio: unas, por ser naturales de Granada; otras, por haber trabado amistad con los esposos en Madrid, adonde venían frecuentemente.

Y estas personas saben de las andanzas de Josefina en la villa y corte.

Nosotros las conocemos también por referencias de amigos de la familia; pero la más elemental discreción nos impone el silencio. Únicamente hemos de decir que entre las personas que más frecuentaban el trato con Josefina figura un diplomático afecto a la Embajada de una República del centro de América, que se hospeda en un hotel céntrico, que no es el Reina Victoria, como ha dicho algún periódico.

El juez, luego de recibir declaración al Sr. Garrido, encargó a la Policía que hiciera comparecer ante su autoridad al dueño del mencionado hotel y a uno de sus clientes, cuyo nombre y circunstancias personales facilitó a los agentes.

El diplomático se niega a declarar

Según nuestros informes, el dueño del hotel estuvo anoche en un baile con su esposa. Allí le buscaron los agentes, que invitáronle a acompañarles al palacio de Justicia, adonde llegó de madrugada.

El juez de guardia le interrogó y dispuso que quedase allí hasta que pasaran las diligencias al Juzgado del distrito del Centro, al que corresponde actuar.

En efecto, esta mañana pasó todo lo actuado al referido Juzgado del Centro.

El juez, Sr. Rodrigo, examinó las diligencias e interrogó detenidamente al hotelero. Acerca de su declaración nada pudieron averiguar los periodistas. La reserva fue absoluta, tanto por parte del Juzgado, como es natural, como por parte del testigo.

Ante el juez compareció también el diplomático a que aludimos más arriba: pero, si nuestras noticias son exactas, se abstuvo de prestar declaración. Dada su calidad, el requerimiento para que declare se debe hacer, según parece, por la vía diplomática.

Lo que ha dicho Asunción Haro a los periodistas

Inmediatamente después de cometido el crimen los reporteros interrogaron a la criada del matrimonio, Asunción Haro.

—No pueden ustedes tener idea —refirió— de los disgustos que he presenciado, siempre por lo mismo: los celos, que no le dejaban vivir al señorito.

—¿En qué los fundaba?

—Fundarlos, en nada. Es decir: la señorita, joven, hermosísima, de hermosura natural, porque no usaba adobos de ninguna clase, era asediada por todas partes. Llamaban la atención su arrogancia, su belleza, su modo de vestir. Las mujeres la envidiaban y los hombres envidiaban al marido.

—¿Y por eso nada más?...

—Es que la envidia, mala, hizo que se lanzasen habladurías, y hasta hubo anónimos, en los que se insultaba al señorito. ¡Qué palabras le decían! Así, cuando la señora salía sola de casa, al regresar siempre había disgustos grandes y amenazas. Pero la señorita era muy buena, una santa.

—¿Ocurrió alguna otra vez algo grave?

—¿Grave? No sé. Yo no he visto nunca que la maltratase; pero... ¡ha habido tantos disgustos que yo no he presenciado...!

—¿Usaba él armas?

—Sí; no hace mucho tenía una pistola igual a la que compró esta tarde; pero un día se la dejó en casa y la vimos la señorita y yo. La cogimos, y entre las dos la descargamos. Luego la escondimos, y pasado algún tiempo la hicimos desaparecer.

—¿De modo que, por lo visto, esto tenía que llegar?

—¡Sí, señor; tenía que llegar, aunque me parecía increíble!

También dijo Asunción a los periodistas que su señora tenía un amigo, con el que se entrevistaba frecuentemente.

—Pero —agregó— ignoro el grado de intimidad de estas relaciones.

La camarera del hotel

La camarera del hotel, por su parte, interrogada también por los reporteros al salir de prestar declaración, dijo que al sonar los disparos se encontraba en la puerta de la habitación que ocupaba el matrimonio, e instintivamente penetró en el interior, y al ver que el Sr. Garrido Quintana (Quintana es el segundo apellido del protagonista de este drama) empuñaba un arma se abalanzó hacia él y luchó hasta lograr arrebatársela, causándose varias erosiones.

El niño Manolo pregunta cómo esta su mamá

Por el hotel Alfonso XIII han desfilado hoy algunos parientes y familiares del catedrático D. Francisco Garrido, que fueron a conocer detalles de la tragedia y a interesarse por el pobre Manolito, el hijo menor del matrimonio, testigo presencial del espantoso crimen.

Tanto el niño como la criada, Asunción Haro, se encuentran enfermos a causa de la tremenda impresión recibida.

Manolito llora desconsolado y pregunta continuamente por su madre. A cuantas personas se le acercan hace la misma invocación:

—¿Está mejor mamá? ¿Por qué no me llevan a su lado?

Se espera la llegada del doctor Garrido

Algunos parientes y amigos de la familia expresaron su deseo de hacerse cargo de Manolito; pero nada se ha decidido sobre el particular.

Se espera, para resolver, la llegada del hermano de D. Francisco, el rector de la Universidad de Granada, que se encuentra en Málaga resolviendo asuntos profesionales cuando conoció la tragedia.

La autopsia del cadáver

A la hora en que cerramos esta información se halla el juez instructor, Sr. Rodrigo, en el Depósito judicial, donde el médico forense, señor Pérez Petinto practica la autopsia al cadáver de la infortunada Josefina Jiménez.

Parece que las heridas causadas por los proyectiles eran mortales de necesidad.

Nadie ha ido a ver el cadáver

En el Depósito judicial recogieron los periodistas la triste impresión de que nadie había pasado por allí para visitar el cadáver de Josefina Jiménez.

A última hora se presentó un caballero que, según dijo, era pariente de la interfecta. Permaneció unos instantes viendo el cadáver y se fue.

La noticia del crimen en Granada

Aunque se temía que la tragedia se produjese ha causado ésta enorme sensación

Granada 18 (4 t.).—La noticia del suceso ocurrido en Madrid ha impresionado grandemente en esta ciudad, donde el matrimonio era muy conocido. Vivían en la Gran Vía, número 45. D. Francisco Garrido es muy estimado por su talento y simpatía, y como médico gozaba de gran reputación, por cuyo motivo tenía una extensa y distinguida clientela. Es profesor auxiliar de esta Facultad de Medicina, y ahora se estaba preparando para hacer oposiciones a una cátedra.

Puede decirse que en Granada a nadie ha sorprendido el suceso, pues desde hace algún tiempo se temía que la tragedia se produjera, teniendo en cuenta los disgustos que hubo entre el matrimonio.

Don Francisco y su esposa se exhibieron en teatros y cines, donde la interfecta llamaba siempre la atención por su belleza.

La maledicencia pública se ha cebado mucho en el desgraciado matrimonio durante estos últimos años; pero, en realidad, ningún caso concreto ha podido señalarse en Granada respecto a la fidelidad de doña Josefina. Desde luego, los disgustos entre el matrimonio eran muy frecuentes, y no hace mucho tiempo, después de una escena violentísima, la esposa intentó huir del hogar. D. Francisco estaba locamente enamorado de su mujer y accedía siempre a los viajes que planeaba, sobre todo a los de la corte.

Los tres hijos del matrimonio que se hallan en Granada están internados en un colegio de religiosos.

El rector de la Universidad, doctor Garrido, hermano del parricida, se hallaba en Málaga el día del suceso dedicado a sus asuntos profesionales. Allí recibió la noticia, e inmediatamente salió en automóvil para Madrid.

Don Francisco y su esposa llevaban casados doce años. En la primera época del matrimonio fueron muy felices; pero después, por el carácter de doña Josefina, surgieron las desavenencias.

La familia del Sr. Garrido rehuía el trato de la interfecta.

El matrimonio era esperado ayer en Granada para celebrar el santo de una hija suya.

] Heraldo de Madrid, lunes, 18 de febrero de 1929. [

El catedrático granadino Garrido Quintana mata a tiros a su esposa en un hotel de la Gran Vía


El mayor monstruo, los celos


El catedrático granadino Sr. Garrido Quintana mata a tiros a su esposa en un hotel de la Gran Vía


Antecedentes y detalles de la tragedia

En el Hotel Alfonso XIII, situado en la Gran Vía, se desarrolló a primera hora de la noche del sábado un terrible drama pasional, cuyos desventurados protagonistas fueron el médico doctor D. Francisco Garrido Quintana, de cuarenta años de edad, natural y vecino de Granada, y profesor auxiliar de aquella Universidad, y su esposa, doña Josefina Jiménez, de treinta años, también natural de Granada.

Antecedentes

Don Francisco Garrido Quintana es un médico que goza en Granada de mucha fama. Hermano mayor suyo es el catedrático de Medicina y rector de aquella Universidad, D. Fermín Garrido, persona de mucho prestigio científico en Andalucía y bastante caracterizada en política, pues fue uno de los mejores amigos de Nocedal cuando éste acaudillaba el integrismo. Es actualmente uno de los jefes de la Unión Patriótica de Granada.

Don Francisco Garrido dedicóse, como su hermano, a la Medicina, licenciándose con premio extraordinario, y una vez doctor, se puso a ejercer su carrera y la especialidad de dermatología, donde llegó a alcanzar merecida reputación.

Contaba con una importante clientela, no sólo de Granada, sino de otras provincias de Andalucía, que le proporcionaba pingües ingresos y le permitía vivir con la mayor amplitud en un magnífico piso de la Gran Vía de Colón.

Era también profesor auxiliar de la Facultad de Medicina y autor de diversos trabajos científicos, publicados en revistas médicas de España y el Extranjero.

En 1918 se casó con la señorita Josefina Jiménez, huérfana, que vivía con unos tíos suyos en una casa de la plaza de Santa Ana, y que contaba a la sazón veinte años. La señorita Josefina Jiménez tenía bien ganada fama de ser muy bella, y el Sr. Garrido Quintana se manifestó desde el primer día enamoradísimo.

Los primeros años del matrimonio fueron felices. Don Francisco y doña Josefina hacían mucha vida de sociedad, concurrían a teatros y a «cines», y frecuentemente se les veía pasear en automóvil. Tuvieron cuatro hijos: Silvina, que cuenta diez años; Pepito, de ocho; Josefina, de cinco, y Manuel, de tres.

Pasado algún tiempo, la belleza de doña Josefina y su desenfado en el vestir originaron algunas murmuraciones, y aun anónimos, que recibió el marido. Esto dio origen a algunos disgustos matrimoniales, a los que ponía fin la intervención de la familia.

Recientemente hubo entre ellos un disgusto mayor que los anteriores, y el matrimonio vivió, separado algunos días, marchando ella a casa de sus tíos; pero al cabo vino la reconciliación, como otras veces, y el matrimonio salió de Granada para Madrid, y aquí estuvo una corta temporada.

Don Francisco Garrido es hombre de carácter algo violento, pero de conducta intachable, a lo que aseguran sus amigos de Granada. Parecía estar locamente prendado de su esposa, a la que siempre, públicamente y lo mismo en su vida privada, dispensaba toda suerte de consideraciones y rodeaba de comodidades.

Para subvenir a éstas gastaba cuanto ganaba en el ejercicio de su profesión, a la que consagraba todas las horas del día. Por las noches acompañaba a su esposa a los teatros y a las reuniones de sociedad.

Los viajes

Desde hace dos años habían aumentado en Granada las murmuraciones, y como consecuencia de ello, los celos de D. Francisco Garrido.

Coincidió con todo esto una gran tendencia en doña Josefina a viajar, y después de escenas borrascosas, conseguía siempre de su marido el que la trajese a Madrid, donde permanecían algunos días, para regresar luego otra vez a Granada, pues D. Francisco no podía desatender su clientela, base de su vida.

A lo que parece, no hace mucho tiempo, y después de una violenta discusión, los esposos acordaron separarse, y al efecto redactaron un documento, que ambos firmaron, solicitando la separación judicial.

Don Francisco, sin embargo, no renunciaba a hacer cambiar de actitud a su esposa y solicitó, y obtuvo una misión científica en Alemania, y rogó a doña Josefina que lo acompañara a dicho país. Ella, siempre, según lo que se dice, accedió; pero manifestando que a la vuelta de Alemania se separarían.

El día 30 del pasado diciembre, por la mañana, y de un modo brusco, dijo doña Josefina a su marido que quería marchar inmediatamente a Madrid, para comer aquí las uvas de Año Nuevo. El se resistió; pero concluyó, como de ordinario; por complacerla, y en el mismo día vinieron a la corte, donde estuvieron hasta el día 2 de enero.

El miércoles anterior al domingo de Carnaval, doña Josefina manifestó nuevamente deseos de venir a Madrid para pasar aquí los carnavales. Quería a todo trance que su marido la llevase a los cabarets; pretensión que en el viaje anterior había ocasionado entre ellos algunos disgustos.

Don Francisco, con objeto sin duda de distraerla de sus propósitos de frecuentar lugares de diversión, se trajo al niño pequeño, Manolo, de tres años de edad, y a la doncella, Asunción Haro, que llevaba a su servicio cuatro años.

Se alojaron en el Hotel Alfonso XIII, en la habitación exterior número 1, que tiene tres balcones que dan a la Gran Vía. Para la criada y el pequeño tomaron la habitación núm. 24, interior, pero inmediata a la suya, con la que se comunica por una puerta de escape.

Durante los días que últimamente permaneció el matrimonio en Madrid, ella salió sola muchas veces con el pretexto de compras. Parece que durante estos días los Sres. de Garrido hicieron un rápido viaje a Barcelona.

Según se asegura, a poco de llegar a Madrid D. Francisco en este último viaje fue a ver a un amigo y paisano suyo que ejerce aquí la abogacía, y le contó lo que le pasaba y le pidió consejo. Su amigo procuró tranquilizarle, y D. Francisco se marchó de su casa algo consolado.

El sábado a mediodía D. Francisco Garrido estuvo en el Consulado de Alemania para encargar los pasaportes que debían servir a su esposa y a él para ir a dicha nación.

Luego almorzaron juntos, y el marido rogó a su mujer accediese a hacer un nuevo viaje a Granada para estar con sus hijos unos días antes de emprender el viaje a Alemania, y sobre todo con objeto de pasar con la mayor, Silvina, el día del domingo, que era el de su santo.

Ella aceptó la proposición; pero dijo que quería salir por la tarde para hacer unas compras.

Don Francisco le rogó entonces que estuviese de vuelta a las seis para tener tiempo de preparar el equipaje y salir en el tren de la noche para Granada. El se quedó en el hotel empaquetando unos libros de Medicina que había comprado. Ella se puso el sombrero y un magnífico abrigo de pieles y se marchó sola a la calle.

El drama

A las seis de la tarde D. Francisco Garrido comenzó a dar muestras de inquietud, que se fueron acentuando conforme pasaba el tiempo. Frecuentemente preguntaba si no había llegado su esposa; y, según ha contado la doncella, hablaba solo y gesticulaba.

A las siete y media regresó doña Josefina con un paquete en la mano. Entró en la habitación, y dejó el sombrero en una silla. La doncella, comprendiendo que se avecinaba una escena desagradable, se retiró prudentemente al pasillo. Los dos esposos quedaron solos.

¿Qué ocurrió entre ellos? Se ignora.

Es lo cierto que a los pocos minutos sonaron varias detonaciones, y alarmadas penetraron en la habitación la doncella Asunción Haro y una camarera del hotel llamada Anita Chaves.

Vieron en el suelo a doña Josefina caída de espaldas, con el abrigo abullonado desde la cintura a la cabeza, las otras ropas revueltas y bañada en sangre, y a su esposo, que, inclinado sobre ella, gritaba, lloraba y se golpeaba el rostro.

De pronto el doctor Garrido, que no había soltado aún la pistola con la que disparara a su esposa, volvió el arma contra sí e hizo ademán de dispararse un tiro en la cabeza, y entonces Anita Chaves se arrojó sobre él, le sujetó el brazo, y después de un breve forcejeo logró arrebatarle el arma.

El médico volvió a arrodillarse junto al cuerpo inanimado de su esposa y lo cubrió de besos, mientras decía llorando:

—¡Josefina, perdóname!...

En el hotel se produjo el natural revuelo, y acudieron el director y algunos empleados, que separaron al médico del cuerpo de doña Josefina y lo llevaron a otra habitación, al mismo tiempo que avisaban a la Casa de Socorro más próxima.

En aquel momento el pequeño Manolito salió de la estancia inmediata, y al ver el cuerpo de su madre se arrodilló junto a él y comenzó a llorar.

Asunción lo cogió en brazos y lo sacó le allí; pero el niño decía entre sollozos:

—¡Que curen a mamita! ¡Que curen a mamita!

Llegó un médico de la Casa de Socorro, pero nada pudo hacer ya. Doña Josefina era cadáver, y presentaba tres heridas de arma de fuego: dos con orificio de entrada en la espalda, y la tercera por la parte derecha del rostro, y todas sin orificio de salida.

Don Francisco Garrido, cuando lo llevaron a otra habitación, pidió que le dejasen comunicar telefónicamente con su hermano D. Fermín, residente en Granada.

—¡Quiero contarle mi infame crimen! —decía.

Luego sacó la cartera y quiso dar 700 pesetas a la criada Asunción.

—Tenga usted, para que no le falte nada al niño mientras viene mi hermano— exclamó.

El Juzgado de guardia

El director del hotel dio cuenta de lo ocurrido a la Comisaria, y ésta avisó al Juzgado de guardia, que lo era el del distrito del Centro.

El juez, Sr. González Llana, practicó una inspección ocular en la habitación donde se había desarrollado la tragedia.

Yacía doña Josefina Jiménez cerca de la cama, con el abrigo puesto, con varias pulseras en las muñecas y con dos magníficas sortijas en las manos. Cerca de ella estaba su bolsillo, que contenía cincuenta duros en billetes y algunas monedas de plata y calderilla, así como un pequeño retrato de su hijo Manolo y un espejito, una barra para los labios y otros objetos menudos.

El Sr. González Llana ordenó que el cadáver fuera trasladado al Depósito Judicial, y que el doctor Garrido fuese llevado al Juzgado de guardia, así como la doncella Asunción, la camarera Anita y el director del hotel.

El doctor Garrido prestó una larga declaración, y luego fue encerrado en uno de los calabozos del Juzgado, con guardia a la vista; pero como éste observase en él gran nerviosidad, se lo comunicó al juez, que, temiendo intentase atentar contra su vida, dispuso que se le trasladara con las debidas precauciones a la Cárcel Modelo, donde ingresó a medianoche.

Trabajos del Juzgado

El Juzgado de guardia permaneció trabajando en las diligencias relativas a este trágico suceso hasta bien entrada la mañana de ayer. Todas ellas fueron presenciadas por el fiscal. Según parece, al sumario han sido aportados diversos documentos interesantes y también una segunda pistola propiedad del Sr. Garrido, el cual la había entregado a determinada persona, porque, a lo que se asegura, decía «que no quería tenerla en su poder para no hacer uso de ella en un momento de arrebato».

Terminadas las horas de la guardia, el Juzgado entregó todas las diligencias que hasta entonces llevaba practicadas al Juzgado correspondiente para actuar en este asunto, que era el del Centro.

Durante el día de hoy, el nuevo juez Sr. Rodrigo, acompañado del fiscal, trabajó en la iniciación del sumario ordenando lo actuado anteriormente y acordó realizar diversas diligencias ampliatorias.

También seguramente habrá comunicado al autor del crimen que, según la ley, puede designar persona que en su nombre presencie la práctica de autopsia en el cadáver de su esposa.

Ante el Juzgado comparecerán nuevamente para ampliar las declaraciones prestadas anteriormente diversos testigos.

Dada la reserva con que se lleva el sumario, se ignora si han sido citadas otras personas que puedan aportar a éste datos interesantes.

Lo que dice Asunción

Hemos hablado con Asunción Haro, la doncella que acompañaba al matrimonio y qué llevaba cuatro años al servicio de éste.

Nos dijo a nosotros y a otros periodistas, entre otras cosas, lo siguiente:

—Mis señoritos tenían muchísimos disgustos y siempre era por lo mismo: por los celos. Los celos no dejaban vivir a D. Francisco, y yo no creo que pudiera fundarlos en nada. Mi señorita era joven, guapísima, muy elegante y vestía con mucho gusto. Las mujeres la envidiaban y los hombres envidiaban al marido.

Frecuentemente D. Francisco recibía anónimos, que le ponían como loco. Como él trabajaba todo el día en su profesión y no podía acompañar a mi señorita más que por la noche, ésta salía siempre de día sola, y si tardaba algo, a la vuelta había invariablemente una escena violenta. Sin embargo, no la maltrató nunca de hecho. Hace algún tiempo vimos que tenía una pistola. La cogimos entre mi señorita y yo, la descargamos y la escondimos. Mi señorita no temía, no obstante, que pudiese ocurrir nunca nada grave. Tenía amigos y amigas, como todo el mundo; pero yo no he sabido nunca nada malo de ella.

Lo que dicen de Granada

Granada 18 (10 m.).— El drama ocurrido en el Hotel Alfonso XIII, de Madrid, ha causado aquí gran sensación por ser conocidísimos los protagonistas.

Don Francisco contaba con grandes simpatías, y la belleza y elegancia de su esposa eran populares. La opinión lamenta el suceso, en el que cabe no poca responsabilidad a la murmuración pública.

El matrimonio vivía entre continuos disgustos, y aunque parecían tener siempre su origen en los celos, es lo cierto que no se ha puntualizado nunca cargo concreto contra doña Josefina.

Ayer mañana, el Juzgado visitó el piso en que vivían los señores de Garrido, situado en la Gran Vía de Colón, núm. 45, entresuelo; recogió de él las alhajas y objetos pertenecientes a doña Josefina y selló después la puerta. (Febus.)

] La Voz, Madrid, lunes 18 de febrero de 1929. [