martes, 18 de febrero de 2014

Catedrático de la Universidad de Granada mata a tiros a su mujer, joven de espléndida belleza

Una tragedia conyugal en el Hotel Alfonso XIII


El catedrático de la Universidad de Granada don Francisco Garrido, atormentado por los celos, mata a tiros a su mujer, joven de espléndida belleza


Al margen del suceso toma relieve la figura de un diplomático extranjero

El monstruo de los celos ha sumado una víctima más en su estadística siniestra. Un marido calderoniano, brutalmente calderoniano, ha dado muerte a su mujer. La inteligencia cultivada de este hombre no le ha librado de las preocupaciones y errores seculares de la vida española.

Cuando el matador pertenece al proletariado; cuando no ha recibido educación o la ha recibido muy menguada; cuando se trata, no ya de un depauperado físico, sino que también moral, rebuscamos en lo íntimo de la conciencia una atenuante, una eximente acaso. Su crimen no es exclusivamente suyo. De su crimen es responsable —y no ciertamente en grado minúsculo— la sociedad...

Pero el caso que ahora somete la realidad a nuestra consideración, por el encasillado social del protagonista, nos deja un poco anonadados. Decididamente la ineducación —no se trata, sin duda, de un problema jurídico, sino de educación— es general en el país y afecta por igual a altos y bajos, ricos y pobres, cultos e ignorantes.

El suceso

Fue el sábado, a primera hora de la noche, en el hotel Alfonso XIII, y tuvo una gran resonancia. La avenida do Pi y Margall estaba concurridísima cuando circuló como reguero de pólvora la noticia de la tragedia.

El público, conmovido y curioso, se apretujó frente al portal de la casa número 12, donde se halla instalado el hotel, y fue preciso que los agentes de la autoridad impidieran a los más inquietos que se precipitasen escaleras arriba para inquirir detalles del crimen.

Los protagonistas

Los protagonistas del suceso son personas de calidad. El matador, don Francisco Garrido Quintana, es doctor en Medicina y catedrático de la Universidad de Granada. Nació en aquella ciudad y tiene cuarenta años. Su esposa, la víctima, se llamaba Josefina Jiménez Monteguí. Contaba veintinueve años y era natural de Santa María de Marlés (Barcelona).

Don Francisco pertenece a familia que goza en Granada de máximos prestigios. Es hermano de don Fermín Garrido, catedrático de Patología y actualmente rector de aquella Universidad, persona venerada por su ingénita bondad y popularísima por sus aciertos profesionales.

Pertenecía también la muerta a honorable familia; pero no lo quedaban ya otros parientes próximos que unos tíos que residen en Santa María do Marlés.

Los esposos disfrutaban de una envidiable posición social y económica.

El matrimonio, con sus hijos, vivía en Granada, Gran Vía, 45.

Antecedentes varios

Don Francisco Garrido Quintana casó con Josefina Jiménez Monteguí en Granada hace once años. Precisamente se cumplía el aniversario del matrimonio el día mismo en que se perpetró el crimen.

Josefina era mujer de espléndida belleza.

Del matrimonio tuvieron cuatro hijos: Silvina, que cuenta diez años —ayer, domingo, debió celebrar la infeliz su fiesta onomástica—; Paquito, que tiene ocho y que cursa las primeras letras en el colegio de los Escolapios, en Granada; Josefina, de cinco años, y Manolito, de tres.

Los primeros años de la vida conyugal transcurrieron felices. Don Francisco y Josefina paseaban triunfalmente por Granada su amor y su ventura. Un matrimonio modelo.

Pero transcurrido algún tiempo variaron las cosas lamentablemente. Josefina, cultivó ciertas amistades que nada favorecían a su reputación y dio en la mala costumbre de exhibirse más de lo que al recato de una mujer casada conviene, y era, en fin, portavoz y arbitro de la moda.

El cambio fue advertido y comentado. Y el esposo experimentó el disgusto y la alarma que es de suponer.

Las fiestas mundanas, las toaletas atrevidas, el «flirt» peligroso eran ya sus pasiones. Gustaba también de los viajes, muchos de ellos absurdos, extravagantes, concebidos y realizados atropelladamente...

Las hablillas maliciosas empezaban a minar el buen nombre del matrimonio. Don Francisco aprestóse a la defensa, trató de poner eficaz remedio a las veleidades de su esposa; pero estaba enamoradísimo de ella y no tuvo fuerza de voluntad para oponerse a sus caprichos.

Los celos realizaron su obra. Don Francisco Garrido limitó cuanto pudo el círculo de sus amistades, obsesionado por la idea de aislar en lo posible a Josefina, y llegó finalmente a desatender, primero, a abandonar, más tarde, su dilatada clientela.

Últimamente D. Francisco pensó en expatriarse una larga temporada. Y por mediación de su hermano, el rector de la Universidad de Granada, obtuvo del Gobierno una comisión de carácter científico en Alemania.

Las andanzas del matrimonio en Madrid

El día 30 de diciembre, a media tarde —así, atropelladamente, como decimos, eran concebidos y realizados los viajes—, Josefina expresó a su esposo un deseo vehementísimo de trasladarse a Madrid para comer en la villa y corte las uvas clásicas.

Se preparó el viaje sin pérdida de minuto, y aquella misma noche los esposos salieron para Madrid. Por cierto que, según nuestros informes, las uvas fueron comidas, cediendo don Francisco a las extravagancias de su consorte, en un acreditado «cabaret»...

Últimamente Josefina propuso a su marido pasar los Carnavales en Madrid. Don Francisco, débil, accedió. Pero, en su deseo de frenar un poco las aficiones demasiado libres de su esposa, decidió traer con ellos al hijito menor, Manolo, y a una joven encargada de su cuidado, Asunción Haro, granadina, que llevaba cuatro años al servicio del matrimonio.

Los cuatro, efectivamente, llegaron a Madrid el día 7 e instaláronse en el hotel Alfonso XIII, en el cuarto señalado con el número 1, una habitación confortable e independiente.

Apenas sacudido, como suele decirse, el polvo del viaje, los esposos salieron a la calle. Iban de compras, según dijeron. Regresaron a la una, y después de almorzar salieron al «hall», donde recibieron algunas visitas.

La belleza de Josefina produjo en el hotel, como en todas partes, una gratísima impresión.

Por la noche estuvo el matrimonio en un teatro, y dejó a Manolito al cuidado de la criada.

Al siguiente día D. Francisco tuvo que salir solo para evacuar unos asuntos profesionales. Al regresar se encontró con que su esposa no estaba en el cuarto. Llamó a la camarera y preguntó:

—¿Ha salido la señorita?

—Está en el «hall»— respondió la sirvienta.

En efecto, Josefina llegó al instante; pero D. Francisco no pudo ocultar el disgusto que le produjo el hecho de que su esposa saliese sola al «hall».

Aquella misma noche los señores de Garrido marcharon a Barcelona, luego de pedir al dueño del hotel que les reservase la misma habitación para su regreso.

El día 13 estaban de vuelta. Permanecieron todo el día en el cuarto, con su hijito y la criada. Allí les fueron servidos el almuerzo y la comida. Por la noche fueron al teatro.

En los días sucesivos D. Francisco y su esposa hicieron vida normal. Frecuentaban el «hall». El, grave, reconcentrado. Ella elegantísima, ufana de su belleza y de su juventud.

Don Francisco salió varias veces solo. Tenía que hacer determinadas gestiones, una de ellas despachar en la Dirección general de Seguridad los pasaportes para Alemania. Pero en su deseo de abreviar estas ausencias tomaba siempre un «taxi».

Estas precauciones del marido celoso y vigilante eran inútiles. Apenas salía D. Francisco, su esposa abandonaba el hotel a pretexto de hacer algunas compras. Desde luego, Josefina regresaba pronto al hotel, como si procurase llegar antes que su marido.

Empero en dos o tres ocasiones la sorprendió su esposo fuera del hotel, y tuvieron con este motivo algún disgusto.

La consulta al abogado

Josefina, según nuestros informes, había prometido a D. Francisco acompañarlo a Alemania; pero a última hora, y luego de haberse entrevistado en Madrid, según parece, con determinada persona, negóse resueltamente a seguir a su esposo.

Esta negativa exasperó de tal modo a D. Francisco que fue a visitar a un notable letrado granadino para hablar de su divorcio.

Parece que, por iniciativa de Josefina, los esposos habían redactado un documento en el que expresaban su voluntad de separarse amistosamente. Pero D. Francisco, que, a pesar de todas las veleidades de su esposa, continuaba enamoradísimo de ella, procuró una reconciliación. Y el documento, hechas al fin las paces, quedo en el fondo de la cartera del marido.

Pero cuando ella se negó a ir con él a Alemania disputaron, y parece que Josefina exclamó:

—Puedes hacer lo que quieras. Te vas a Alemania o regresas a Granada. Yo he decidido quedarme en Madrid definitivamente.

El Sr. Garrido refirió al abogado las andanzas de su esposa y las sospechas que tenía de su deslealtad.

No obstante, el letrado trató de disuadir a D. Francisco, y éste abandonó el despacho sin haber tomado ninguna resolución.

A Granada

Don Francisco propuso a su esposa el regreso a Granada para celebrar, el domingo, la fiesta onomástica de la hijita mayor del matrimonio.

Josefina aceptó, y D. Francisco, muy satisfecho, prometió llevarla al teatro, a la función de tarde.

Ella aprovechó esta coyuntura favorable para pedir a su esposo que le permitiera salir de compras. Y D. Francisco accedió, recomendándola únicamente:

—No te retrases.

Y el Sr. Garrido anunciaba a poco al dueño del hotel que partirían por la noche.

Josefina salió a las cinco de la tarde, aproximadamente. El se quedó en el cuarto del hotel. Pero media hora después, inquieto, preocupado, se marchó a la calle.

La criada, Asunción, se quedó con el niño en el cuarto, en la pieza exterior a ella destinada.

Don Francisco volvió pronto.

—¿Ha venido la señorita?— preguntó a la criada.

—No, señorito— respondió Asunción Haro.

El Sr. Garrido, nervioso, paseó un rato por las habitaciones y los corredores del hotel.

Luego se fue a la calle nuevamente. Al regresar nada dijo; pero aparecía muy agitado. De pronto, don Francisco se acercó a la criada, y mostrándola una pistola automática le dijo:

—¡Mira lo que acabo de comprar!...

Asunción, asustada, preguntó:

—¿Para qué quiere usted eso?

—Tenía que comprarla. Y ahora mismo, cerca de aquí, la he comprado.

No hablaron más.

Eran las seis y media, la hora convenida para ir al teatro, y Josefina no había aparecido aún.

La Tragedia

Eran más de las siete cuando llegó Josefina al hotel.

Ya en el cuarto se encerró con su esposo en la alcoba destinada al matrimonio, y durante unos minutos discutieron vivamente.

Asunción, temerosa, desde la pieza inmediata procuraba oír la conversación; pero no pudo percibir las palabras.

De pronto se abrió la puerta que separaba las dos habitaciones y salieron Josefina delante y D. Francisco detrás.

Josefina se había quitado el sombrero, que llevaba en la mano. Todavía llevaba puesto el abrigo de pieles y sostenía en los brazos un paquete de encajes y otras cosas que había comprado.

Sin hablar una sola palabra, y hallándose la mujer de espaldas a su esposo, sacó éste la pistola y a quemarropa hizo tres disparos contra ella. La infortunada mujer cayó desplomada, como herida por un rayo.

D. Francisco dijo a la criada:

—Socorra usted a la señorita. Creo que la he matado.

Y presa do terrible excitación refugióse en un ángulo de la estancia.

Entonces se desarrolló una escena emocionante. El pobre niño se arrojó llorando sobre el cadáver de su madre y le cubrió el rostro de besos.

La sangre que brotaba de una herida de la cabeza tiñó la cara y las manitas y las ropas de Manolito.

Asunción, sobreponiéndose a su terror, se hizo cargo de la infeliz criatura, que al separarse de la madre muerta repetía:

—¡Que curen a mamá! ¡Que curen a mamá!...

Inmediatamente acudieron los servidores del hotel y también algunos de los viajeros. Entre ellos figuraba un médico, que reconoció a Josefina y declaró que había fallecido. Los tres proyectiles la habían alcanzado: dos, en la espalda, el tercero, en el occipital.

Don Francisco, que conservaba en la mano la pistola, intentó suicidarse. Cuando llevaba la mano a la frente, una camarera del hotel, Anita Chaves, se arrojó sobre él y, luchando bravamente, pudo arrebatarle el arma.

Después, el Sr. Garrido exclamó:

—¡Ya está hecho! ¡Que vengan las autoridades! ¡Sé cual es mi responsabilidad!...

El agresor, detenido

El agente de servicio en el hotel detuvo inmediatamente al Sr. Garrido y se incautó del arma. Es ésta una pistola automática de siete tiros, tres de los cuales habían sido disparados.

También se hizo cargo el referido agente del bolsillo perteneciente a la víctima, que se hallaba en el suelo al lado del cadáver. Contenía el bolsillo 250 pesetas en billetes del Banco, algunas monedas de plata y cobre y un pequeño retrato de Manolito. Tenía, además, un espejo, una polvera y una barra de carmín.

El Juzgado

Pocos momentos tardó en llegar el Juzgado de guardia, que lo era el del distrito de Palacio, compuesto por el juez, Sr. González Llana; el secretario, Sr. Infante, y el oficial, D. Eusebio Gómez, los cuales, con toda actividad y celo, procedieron a las diligencias propias del caso. Casi al mismo tiempo que el Juzgado llegó al hotel un médico de la Casa de Socorro del distrito del Centro, que procedió a reconocer el cadáver de doña Josefina, apreciándole tres heridas por arma de fuego, situada una de ellas en la región parietal derecha y otras dos en la espalda, todas ellas mortales de necesidad. El juez, después de recoger la oportuna certificación médica, dispuso el traslado del cadáver al Depósito judicial, ordenando que, tanto D. Francisco como la muchacha, la camarera y el dueño del hotel, pasaran a su presencia en su despacho oficial para interrogarles. Igualmente ordenó que las puertas de entrada de los cuartos números 1 y 24 quedaran selladas.

Declara el señor Garrido

Poco después en el palacio de Justicia prestaba declaración el señor Garrido.

Ignoramos lo que haya dicho al juez; pero es natural que declarase que cometió el crimen en un rapto de celos.

Don Francisco Garrido ingresó en la cárcel en un estado de aplanamiento espantoso.

El juez encarga a la policía la busca de un amigo de la muerta

En Madrid son muchas las personas que conocían y trataban al matrimonio: unas, por ser naturales de Granada; otras, por haber trabado amistad con los esposos en Madrid, adonde venían frecuentemente.

Y estas personas saben de las andanzas de Josefina en la villa y corte.

Nosotros las conocemos también por referencias de amigos de la familia; pero la más elemental discreción nos impone el silencio. Únicamente hemos de decir que entre las personas que más frecuentaban el trato con Josefina figura un diplomático afecto a la Embajada de una República del centro de América, que se hospeda en un hotel céntrico, que no es el Reina Victoria, como ha dicho algún periódico.

El juez, luego de recibir declaración al Sr. Garrido, encargó a la Policía que hiciera comparecer ante su autoridad al dueño del mencionado hotel y a uno de sus clientes, cuyo nombre y circunstancias personales facilitó a los agentes.

El diplomático se niega a declarar

Según nuestros informes, el dueño del hotel estuvo anoche en un baile con su esposa. Allí le buscaron los agentes, que invitáronle a acompañarles al palacio de Justicia, adonde llegó de madrugada.

El juez de guardia le interrogó y dispuso que quedase allí hasta que pasaran las diligencias al Juzgado del distrito del Centro, al que corresponde actuar.

En efecto, esta mañana pasó todo lo actuado al referido Juzgado del Centro.

El juez, Sr. Rodrigo, examinó las diligencias e interrogó detenidamente al hotelero. Acerca de su declaración nada pudieron averiguar los periodistas. La reserva fue absoluta, tanto por parte del Juzgado, como es natural, como por parte del testigo.

Ante el juez compareció también el diplomático a que aludimos más arriba: pero, si nuestras noticias son exactas, se abstuvo de prestar declaración. Dada su calidad, el requerimiento para que declare se debe hacer, según parece, por la vía diplomática.

Lo que ha dicho Asunción Haro a los periodistas

Inmediatamente después de cometido el crimen los reporteros interrogaron a la criada del matrimonio, Asunción Haro.

—No pueden ustedes tener idea —refirió— de los disgustos que he presenciado, siempre por lo mismo: los celos, que no le dejaban vivir al señorito.

—¿En qué los fundaba?

—Fundarlos, en nada. Es decir: la señorita, joven, hermosísima, de hermosura natural, porque no usaba adobos de ninguna clase, era asediada por todas partes. Llamaban la atención su arrogancia, su belleza, su modo de vestir. Las mujeres la envidiaban y los hombres envidiaban al marido.

—¿Y por eso nada más?...

—Es que la envidia, mala, hizo que se lanzasen habladurías, y hasta hubo anónimos, en los que se insultaba al señorito. ¡Qué palabras le decían! Así, cuando la señora salía sola de casa, al regresar siempre había disgustos grandes y amenazas. Pero la señorita era muy buena, una santa.

—¿Ocurrió alguna otra vez algo grave?

—¿Grave? No sé. Yo no he visto nunca que la maltratase; pero... ¡ha habido tantos disgustos que yo no he presenciado...!

—¿Usaba él armas?

—Sí; no hace mucho tenía una pistola igual a la que compró esta tarde; pero un día se la dejó en casa y la vimos la señorita y yo. La cogimos, y entre las dos la descargamos. Luego la escondimos, y pasado algún tiempo la hicimos desaparecer.

—¿De modo que, por lo visto, esto tenía que llegar?

—¡Sí, señor; tenía que llegar, aunque me parecía increíble!

También dijo Asunción a los periodistas que su señora tenía un amigo, con el que se entrevistaba frecuentemente.

—Pero —agregó— ignoro el grado de intimidad de estas relaciones.

La camarera del hotel

La camarera del hotel, por su parte, interrogada también por los reporteros al salir de prestar declaración, dijo que al sonar los disparos se encontraba en la puerta de la habitación que ocupaba el matrimonio, e instintivamente penetró en el interior, y al ver que el Sr. Garrido Quintana (Quintana es el segundo apellido del protagonista de este drama) empuñaba un arma se abalanzó hacia él y luchó hasta lograr arrebatársela, causándose varias erosiones.

El niño Manolo pregunta cómo esta su mamá

Por el hotel Alfonso XIII han desfilado hoy algunos parientes y familiares del catedrático D. Francisco Garrido, que fueron a conocer detalles de la tragedia y a interesarse por el pobre Manolito, el hijo menor del matrimonio, testigo presencial del espantoso crimen.

Tanto el niño como la criada, Asunción Haro, se encuentran enfermos a causa de la tremenda impresión recibida.

Manolito llora desconsolado y pregunta continuamente por su madre. A cuantas personas se le acercan hace la misma invocación:

—¿Está mejor mamá? ¿Por qué no me llevan a su lado?

Se espera la llegada del doctor Garrido

Algunos parientes y amigos de la familia expresaron su deseo de hacerse cargo de Manolito; pero nada se ha decidido sobre el particular.

Se espera, para resolver, la llegada del hermano de D. Francisco, el rector de la Universidad de Granada, que se encuentra en Málaga resolviendo asuntos profesionales cuando conoció la tragedia.

La autopsia del cadáver

A la hora en que cerramos esta información se halla el juez instructor, Sr. Rodrigo, en el Depósito judicial, donde el médico forense, señor Pérez Petinto practica la autopsia al cadáver de la infortunada Josefina Jiménez.

Parece que las heridas causadas por los proyectiles eran mortales de necesidad.

Nadie ha ido a ver el cadáver

En el Depósito judicial recogieron los periodistas la triste impresión de que nadie había pasado por allí para visitar el cadáver de Josefina Jiménez.

A última hora se presentó un caballero que, según dijo, era pariente de la interfecta. Permaneció unos instantes viendo el cadáver y se fue.

La noticia del crimen en Granada

Aunque se temía que la tragedia se produjese ha causado ésta enorme sensación

Granada 18 (4 t.).—La noticia del suceso ocurrido en Madrid ha impresionado grandemente en esta ciudad, donde el matrimonio era muy conocido. Vivían en la Gran Vía, número 45. D. Francisco Garrido es muy estimado por su talento y simpatía, y como médico gozaba de gran reputación, por cuyo motivo tenía una extensa y distinguida clientela. Es profesor auxiliar de esta Facultad de Medicina, y ahora se estaba preparando para hacer oposiciones a una cátedra.

Puede decirse que en Granada a nadie ha sorprendido el suceso, pues desde hace algún tiempo se temía que la tragedia se produjera, teniendo en cuenta los disgustos que hubo entre el matrimonio.

Don Francisco y su esposa se exhibieron en teatros y cines, donde la interfecta llamaba siempre la atención por su belleza.

La maledicencia pública se ha cebado mucho en el desgraciado matrimonio durante estos últimos años; pero, en realidad, ningún caso concreto ha podido señalarse en Granada respecto a la fidelidad de doña Josefina. Desde luego, los disgustos entre el matrimonio eran muy frecuentes, y no hace mucho tiempo, después de una escena violentísima, la esposa intentó huir del hogar. D. Francisco estaba locamente enamorado de su mujer y accedía siempre a los viajes que planeaba, sobre todo a los de la corte.

Los tres hijos del matrimonio que se hallan en Granada están internados en un colegio de religiosos.

El rector de la Universidad, doctor Garrido, hermano del parricida, se hallaba en Málaga el día del suceso dedicado a sus asuntos profesionales. Allí recibió la noticia, e inmediatamente salió en automóvil para Madrid.

Don Francisco y su esposa llevaban casados doce años. En la primera época del matrimonio fueron muy felices; pero después, por el carácter de doña Josefina, surgieron las desavenencias.

La familia del Sr. Garrido rehuía el trato de la interfecta.

El matrimonio era esperado ayer en Granada para celebrar el santo de una hija suya.

] Heraldo de Madrid, lunes, 18 de febrero de 1929. [

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