miércoles, 19 de febrero de 2014

Los protagonistas del suceso de la Gran Vía

De la tragedia conyugal en el Hotel Alfonso XIII


Esta tarde ha tenido lugar el entierro del cadáver de doña Josefina Jiménez


El sumario

El juez de instrucción del Centro, Sr. Rodrigo, acompañado del fiscal, dedicó varias horas a la ordenación de todo lo actuado. Según noticias extraoficiales, el juez de guardia que intervino en el asunto realizó una labor meritísima y aportó al sumario datos y documentos de positivo interés.

Ante el Sr. Rodrigo prestarán nueva declaración todas las personas que depusieron a raíz de la tragedia.

La diligencia de autopsia

Como ayer anticipamos, a las seis de la tarde se practicó en el Depósito judicial, a presencia del Juzgado y de algunos familiares de los cónyuges, la autopsia al cadáver de Josefina Jiménez Montelli.

La diligencia estuvo a cargo de los médicos forenses D. Manuel Pérez Petinto y D. José Tena Sicilia. Duró más de dos horas.

En el avance, según parece, se determina que la muerte fue originada por hemorragia interna traumática. El dictamen, que requiere detenido estudio, será entregado al juez dentro de unos días.

El estado del Sr. Garrido

Durante las horas que D. Francisco Garrido pasó en un calabozo del Juzgado de guardia los funcionarios advirtieron que se hallaba en un estado de excitación nerviosa verdaderamente alarmante, y el juez dispuso que se montase guardia de vista.

Ante el temor de que atentase contra su vida nuevamente, el señor Garrido, esposado y con las debidas precauciones, fue trasladado a la Cárcel Modelo, para que allí fuese atendido como su estado requería.

Según nuestros informes, D. Francisco se halla en la enfermería de la prisión, aunque su estado no inspira serios temores.

Llegada de parientes y familiares

Se encuentran en Madrid varios parientes y familiares de los cónyuges, llegados con motivo del triste suceso.

Entre estas personas figura el ilustre rector de la Universidad de Granada, D. Fermín Garrido, hermano de D. Francisco.

Las desavenencias conyugales

Granada 19.— Se conocen nuevos detalles relacionados con el desventurado matrimonio.

Hace poco más de un mes se originó un grave disgusto entre ellos, y aunque una de la criadas, acostumbrada ya a estos disgustos, hizo funcionar una pianola para que los vecinos no advirtieran la verdadera batalla campal que se desarrollaba en la vivienda, el escándalo no pudo evitarse, pues doña Josefina, muy ligera de ropa, a las once de la noche, y sin temor al aguacero que caía, abandonó el piso, sin paraguas, presentándose en una farmacia, desde la que solicitó hablar por teléfono. Presentaba algunos rasguños en el pecho y llevaba el vestido destrozado.

Se sabe que habló telefónicamente con la casa de su abogado y que le planteó su deseo de que entablara la demanda de divorcio. El doctor Garrido envió a una de las criadas a la Comisaría de Vigilancia para informarse del paradero de su esposa; pero allí nada pudieron decirle acerca del mismo. Doña Josefina tomó un automóvil y marchó al domicilio de unos tíos suyos, en la plaza Nueva, con los que vivía antes de contraer matrimonio, hace doce años. Al día siguiente, el marido se presentó allí, se reconcilió con su mujer y juntos regresaron a la casa de la Gran Vía.

Recientemente parece que había heredado doña Josefina 15.000 pesetas de una tía suya, y como su marido se estaba preparando para las oposiciones a la cátedra de Sifilografía y Dermatología de esta Facultad y había sido pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios para marchar al extranjero, decidieron hacer el viaje juntos, pasando tres meses fuera.

El juez del Centro, de guardia

El juez del distrito del Centro, señor Rodrigo, entró esta mañana de guardia.

Durante el día de hoy no ha practicado ninguna diligencia de importancia. Se ha limitado a estudiar y ordenar lo actuado para proseguir las diligencias. Ahora se halla esperando el dictamen de autopsia.

Como decimos anteriormente, a última hora de la tarde subirá a la cárcel para comunicar a D. Francisco Garrido el auto de procesamiento y prisión.

El Sr. Garrido continúa en la enfermería

Esta tarde continuaba en la enfermería de la cárcel el doctor Garrido.

ANTES DEL SEPELIO

La honrada plebe

A las tres de la tarde, ante las puertas del Depósito de cadáveres se agolpa una espesa multitud de curiosos. De curiosas, mejor dicho, que disputan con los guardias y forcejean con los porteros del Depósito, intentando penetrar en la capilla en que se encuentra el cadáver de doña Josefina Jiménez. Ante la avalancha de gente, que cada vez va creciendo, la Comisaría del Hospital envía más fuerzas: policías y guardias de Seguridad a pie y a caballo. En pocos minutos estos últimos restablecen el orden y obligan a la gente a formar dos colas, que se extienden hasta la glorieta de Atocha. Las inmediaciones del Depósito están también atestadas de público.

Cuando las mujeres que esperan se dan cuenta de que no van a ver el cadáver empiezan los comentarios.

En medio de un grupo de modistillas una vieja gruñe:

—¡Claro; el dinero todo lo tapa!... Si hubiera sido una pobre nadie se hubiera preocupado de ella. ¡Pero como es una señora de «copete»...!

Otra viejecita disculpa a la muerta:

—Si ha pecado —dice—, bien ha pagado su culpa. No hay que cebarse con ella, señora; que una desgracia así la puede tener cualquiera...

Se forman entonces en el centro del grupo dos bandos: uno defiende a doña Josefa Jiménez; el otro la ataca. Pero todas ellas gritan, manotean, se insultan... De vez en cuando los guardias ponen paz metiendo sus caballos en las filas.

El hombre que presintió el suceso

Hay orden de no dejar pasar al Depósito de cadáveres a la gente que espera en la calle. Únicamente pueden ver el cadáver periodistas y familiares de la muerta o de su esposo. A las tres y media llega un joven médico granadino, amigo y discípulo de D. Francisco Garrido. En el patio del Depósito este señor, que no quiere dar su nombre, cuenta cómo vio hace unos días a su amigo y maestro.

—Yo vi a D. Francisco el viernes por la noche, hacia las ocho. Me lo encontré de repente en la calle de Alcalá, esquina a la de Sevilla. Don Francisco, a pesar del frío intensísimo que hacía, iba sin abrigo y sin chaleco, pálido y desencajado. Lo paré.

—¿Qué hay don Francisco —le dije- no se acuerda de mí?

Después de mirarme un rato fijamente, me contestó:

—Sí; sí me acuerdo de usted.

Entonces yo, viendo su cara descompuesta, le pregunté si estaba enfermo, si le ocurría algo extraordinario.

—No, no. Me encuentro bien de salud. Ya conoce usted mi vida; tengo algunos disgustos...

—¿Quiere usted que le acompañe? —insistí.

—No, no se moleste —me contestó—. Tengo, además, que hacer unas visitas y algunos encargos...

—A mí me impresionó mucho el encuentro —concluye el médico granadino—. Presentí en aquel momento el triste suceso que desgraciadamente ha ocurrido después...

La viejecita enlutada

En la capilla del Depósito judicial, además del cadáver de doña Josefina Jiménez, está el de un señor que murió anteayer de repente en un hotel de la calle de Alberto Aguilera.

El cuerpo de la señora Jiménez está colocado en medio de la capilla, sobre un sencillo ataúd de madera negra.

El triste local está casi vacío. Dos silenciosos mozos del Depósito velan los cadáveres. Al lado del de la señora de D. Francisco Garrido hay una viejecita enlutada, abrigada con un mantón, que solloza fatigosamente. La acompaña un joven.

Les preguntamos si son parientes de, la muerta.

—Sí; pero lejanos —contesta el joven. Apenas si la conocíamos. No pongan nuestros nombres...

El entierro

A las cuatro y cuarto llegan los empleados de la Funeraria y la carroza, tirada por cuatro caballos. El entierro es de segunda y ha costeado los gastos D. Fermín Garrido, hermano de D. Francisco, que llegó anoche a Madrid.

Poco después aparecen las personas que van a presidir el duelo, y casi al mismo tiempo el clero.

A las cuatro y media, después de haber envuelto el cadáver en una sábana blanca, los empleados de la Funeraria cierran el ataúd y lo colocan en la carroza fúnebre.

Toda la calle de Santa Isabel está llena de gentes. Los automóviles apenas pueden cruzar por en medio de la multitud. A duras penas los guardias y los policías pueden contener a toda la masa de curiosos.

Después de unos responsos, que reza un cura, la comitiva fúnebre se pone en marcha.

Presiden D. Lorenzo Tiburcio Garrido, primo de D. Francisco; don Alfredo Velasco, director general de la Compañía de Tranvías de Granada; D. Francisco Martínez Nevot y D. Eduardo Fernández Molina, amigos todos ellos de D. Francisco, y D. Fermín Garrido.

Por la familia de la muerta van D. Francisco Medina de Togores, pariente político de ella, y D. Diego Reyes.

El público sigue largo rato detrás de la carroza fúnebre. Por fin, cuando la comitiva entra en el paseo del Prado, los curiosos van dispersándose lentamente.

A las seis en punto el cadáver es inhumado en el cementerio del Este.

Una aclaración

Por un error de ajuste —que nuestros lectores, seguramente, habrán subsanado— fue colocado en nuestra edición de anoche el paquete titulado «El diplomático se niega a declarar» antes que el rotulado «El juez encarga a la Policía la busca de un amigo de la muerta».

Este amigo se hospeda en un hotel céntrico, que no es el Alfonso XIII, y a aquel hotel nos referíamos y no a éste al decir que el dueño había acudido con su esposa a un baile, donde fueron a buscarle los agentes policíacos.

Por culpa de este error de ajuste parece que el dueño del hotel Alfonso XIII estuvo en el baile, y ello es muy lamentable, y lo lamentamos de corazón, pues dicho señor ha sufrido recientemente una desgracia de familia y está de luto.

Conste así, aunque, lo repetimos, no es necesaria la aclaración.

] Heraldo de Madrid, martes, 19 de febrero de 1929. [

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