lunes, 17 de febrero de 2014

Un médico mata a su esposa en un rapto de celos

El mayor monstruo...


Un médico mata a su esposa en un rapto de celos


Consideraciones

Un suceso de sangre, misterioso y edificante. Suceso que, para desgracia de nuestro país, se repite con lamentable frecuencia, sin que haya Códigos que lo ataje ni moral que lo reprima. Esta vez, por el lugar donde se ha desarrollado y la condición de los protagonistas, lo acaecido ha de prestarse a muchos comentarios.

La víctima es una dama muy bella y en la mejor edad. Su matador es su propio marido, persona de posición, en el disfrute de una carrera excelente y con el mejor prestigio en la capital andaluza donde vivían.

El suceso ha ocurrido en Madrid. Aquí se encontraba el matrimonio desde hace cinco días. Los primeros informes que nos llegan son que entre la muerta y el matador no se podía traslucir nada que denotara desavenencia. Los antecedentes así lo abonan, ya que vinieron a Madrid en estos días señalados del Carnaval y acompañados de una preciosa criatura, fruto del matrimonio. Todos estos días, en el «hall» del hotel donde se hospedaban, en el comedor y ante la dependencia, marido y mujer parecían satisfechos de su coyunda.

Se sabe que la posición que gozaban él y ella era muy desahogada; que mantenían trato social en la capital andaluza con lo mejor, y que no había motivo para sospechar siquiera de este lamentable desenlace.

Y ante la figura de la excelsa mujer y ante el misterio de que está rodeado el suceso en los primeros momentos, se adivina la tragedia, en que los celos devoradores y crueles han sido el instrumento.

Seguimos, pues, cultivando la leyenda. No en balde tratadistas como Garófalo, Pessina, Dorado Montero y nuestro mismo Asúa, catalogan a nuestro país a la cabeza en esta clase de delitos.

No es el sol —a quien de tantas cosas se culpa—; es la miseria de nuestra propia educación, que nos hace tener un concepto tan arbitrario y edificante sobre los derechos de posesión cerca de la mujer con quien hicimos pacto para llevar la vida.

Señalado en nuestro Código el delito de parricidio, en casos como éste se busca la atenuación del arrebato, cuando no se lleva por otros linderos, que aminora o exime del castigo.

Evitar es mejor que castigar. Y nosotros, que nada pedimos contra el matador de la indefensa mujer, señalamos este caso, para que ante el edificante ejemplo se vea de buscar soluciones que borren para siempre de nosotros tan infamantes estigmas.

Primeras noticias

Acaeció el suceso a las siete y media de la tarde de ayer. A esa hora, la avenida de Pi y Margall, que es donde se halla enclavado un hotel de viajeros de primera categoría, se encontraba inundada de gante.

Del portal de este hotel, que está precisamente frente al teatro Avenida, salió un hombre en actitud descompuesta, diciendo que en el último piso de la casa un caballero había asesinado a su esposa.

Muchos curiosos que le oyeron pretendieron irrumpir en el portal, negándose el portero a facilitar la entrada a nadie, hasta que tuviera órdenes en contrario del dueño.

Con este motivo, pronto se hizo corro frente al edificio, interrumpiéndose la circulación y viéndose obligados a intervenir varios guardias, que comenzaron por llamar telefónicamente al Juzgado de guardia.

Uno de nuestros compañeros, que por allí pasaba casualmente, pudo con habilidad salvar la negativa del portero y la rigurosa vigilancia de los guardias y subir al hotel, que está enclavado en el piso quinto de la finca.

Los pisos anteriores están destinados a oficinas, y a la hora a que nos referimos la casa era un verdadero hormiguero de gentes.

El hotel a que nos referimos es un hotel de familias, con sucursal en otra calle céntrica de Madrid.

A él acuden en abundancia muchas personas procedentes de Cuba. Últimamente vivieron en él el director de «El Diario de la Marina», D. José del Rivero, y el actual director de «Excelsior», de La Habana, D. Manuel Aznar.

El «hall», que es amplio y está lujosamente decorado, se hallaba con muchos viajeros en el momento de ocurrir el suceso.

Al ruido de las tres detonaciones, que partieron del piso quinto, la gente se agolpó en la dirección, preguntando ansiosa por lo que hubiera podido acaecer.

La tragedia

En el cuarto señalado con el número 1 del indicado piso quinto habitaba desde el día 13, miércoles, un matrimonio procedente de Granada.

Este matrimonio llegó el día 7 en el expreso y marchó a Barcelona el día 9. Les acompañaba un niño de tres años de edad y una criada, llamada Asunción Haro, que estaba al servicio del matrimonio desde hace cuatro años.

El esposo manifestó al conserje que quería una habitación independiente, bien alhajada, con baño y con sol. Agregó que sólo iba a estar dos días en Madrid, pero que regresaría inmediatamente, pretendiendo que se le conservara la misma habitación.

Por ser amplia y confortable la señalada con el número 1, y por no tener comunicación con ningún cuarto, fue ésta la elegida.

El matrimonio, apenas se aposentó de la habitación, salió a la calle a hacer algunas compras. Regresó a la una; almorzaron en el comedor, y por la tarde recibieron algunas visitas en el «hall», llamando la atención poderosamente la esposa por su espléndida belleza.

Aquella noche estuvieron marido y mujer en el teatro, dejando al hijo el cuidado de la criada que habían traído de Granada.

Como fueran requeridos para dar sus nombres y llenar el boletín de viajeros a que se obliga por la Dirección de Seguridad, el esposo se encargó de cumplir el requisito, habiendo constar con su firma que él se llamaba Francisco Garrido Quintana, natural de Granada, de cuarenta años, doctor en Medicina y habitante en Gran Vía, 45. Su esposa, se llamaba Josefina Jiménez Monteguí, de veintinueve años, natural de Santa María de Marlés (Barcelona).

Al siguiente día, parece ser que él tuvo que salir por la tarde breves momentos a hacer una diligencia al Hotel de Roma, encontrándose al regresar con que su esposa no estaba en su habitación.

Preguntó el Sr. Garrido a la camarera, y ésta le manifestó que la había visto dirigirse al «hall» del hotel, cosa que contrarió mucho al esposo, serenándose apenas vio a Josefina aparecer en la puerta del cuarto.

Aquella noche, en el expreso de Barcelona marcharon los señores de Garrido de Madrid, no yendo nadie a despedirlos al hotel. Como repitieran que iban a regresar seguidamente, y después de pagar la cuenta dieran orden que dejasen allí un baúl-maleta, el dueño dispuso que el cuarto se cerrara, para ponerlo a disposición del matrimonio, tal como pretendía.

Y el día 13, los señores de Garrido estuvieron de vuelta, permaneciendo en la habitación todo el día con su hijo. Allí les fue servido el almuerzo y la comida, marchando por la noche al teatro.

Los días siguientes, D. Francisco Garrido y su esposa han hecho vida normal. Frecuentaban mucho el «hall», él grave, reconcentrado. Ella, elegantísima y ufana de su belleza y de su juventud.

Parece ser que en estos días él tuvo que salir solo algunas veces a determinadas gestiones; pero lo hacía siempre en automóvil y procurando estar todo el tiempo menos posible fuera del hotel. Y los serviciales han manifestado que tan pronto como él salía, ella hacía lo propio, poniendo como pretexto que iba a un establecimiento comercial muy frecuentado, que está inmediato al hotel. Desde luego, Josefina, en las salidas era tan rápida, que casi siempre llegaba antes que su marido, aguardándole en compañía de su hijo en el «hall» del hotel.

Ayer tarde, próximamente a las siete y media, el matrimonio se encontraba en sus habitaciones. Unos minutos antes había sonado el timbre para encargar a la camarera que un criado fuese a llevar a Correos dos cartas.

El esposo, que fue quien hizo el encargo, insistió en que las llevaran a la Central de Alcalá, porque eran para Granada y tenían que alcanzar el expreso de Andalucía.

Cuando la camarera habló con él parecía tranquilo, asegurando que entre los esposos no pudo adivinar, ni por el semblante ni por lo que hablaban, ningún disgusto.

Minutos después de salir la camarera, y con ocasión de encontrarse en el pasillo la sirviente Asunción Haro y el niño, se oyeron, simultáneamente, cuatro disparos, y en la puerta del cuarto, con los ojos desorbitados, se presentó el Sr. Garrido, que dijo a Asunción:

—¡Pronto, acuda a socorrer a la señora, y deme el niño! Creo que la he matado.

Asunción se precipitó sobre su ama, entrando al mismo tiempo en la habitación la camarera Anita Chaves, que, al observar que el Sr. Garrido se llevaba la pistola, que tenía en la mano derecha, hacia la frente, se arrojó sobre él, luchando bravamente y no parando hasta arrancársela.

Entonces se desarrolló un cuadro emocionante. El pobre niño, atraído por los ruidos, entró en la habitación, arrodillándose ante el cadáver de su madre y pretendiendo con sus besos reanimarla.

Llegaron otros criados y los viajeros que ocupaban las habitaciones inmediatas, requiriendo al Sr. Garrido para que abandonase la habitación y esperase la llegada del juez en otra dependencia, cosa que hizo presa de excitación nerviosa.

Como casualmente se encontrara un médico en el hotel, éste procedió a reconocer a la infeliz Josefina Jiménez, certificando que había sucumbido, posiblemente del primer disparo, pues los cuatro eran mortales de necesidad.

Los cuatro los había hecho el Sr. Garrido estando Josefina de espaldas y sin que pudiera apercibirse para la defensa. Tres de ellos en la espalda, interesando los pulmones y el corazón, y el cuarto en el occipital.

A las ocho de la noche llegó al hotel el juez de guardia, que era el de Palacio, Sr. González Illana, con el actuario Sr. Pérez Herrero.

Inmediatamente comenzó las diligencias, empezando por la ocular del sitio donde apareció muerta Josefina Jiménez, procediendo luego a la detención de D. Francisco Garrido, que fue llevado en un coche directamente al Juzgado.

El Sr. González Illana, después de la indagatoria preliminar y de interrogar brevemente a todos los serviciales y a las primeras personas que acudieron al ruido de los disparos, dispuso que la camarera Anita Chaves, la criada Asunción Haro y el infortunado hijo del matrimonio fueran trasladados a la Casa de Canónigos para proseguir las investigaciones.

El cadáver de la desdichada Josefina fue trasladado al Depósito judicial, donde se le hará la autopsia.

Un poco de historia

En Madrid hay muchas personas nacidas en Granada que conocen al matrimonio protagonista de la tragedia acaecida en el hotel de la avenida de Pi y Margall.

Por nuestra cuenta hemos hecho las necesarios investigaciones —difíciles y delicadas—, llegando a averiguar mucho de lo que nos interesaba.

Don Francisco Garrido pertenece a una familia de máximo prestigio en la hermosa capital de Andalucía. Es hermano de un médico eminentísimo, el doctor don Fermín Garrido, catedrático de Patología y actualmente rector de aquella Universidad.

Don Fermín Garrido es popularísimo y venerado, por ser el verdadero paño de lágrimas de la gente pobre y contar en su profesión envidiables aciertos.

El desgraciado protagonista de este suceso, D. Francisco Garrido, también en el ejercicio de su cargo de médico goza de envidiable crédito, no sólo en Granada, sino también en casi toda la región andaluza, que con frecuencia visitaba.

Vivía D. Francisco Garrido en la misma casa de su hermano —Gran Vía, 45—, hallándose con él en les mejores relaciones y auxiliándole cuando era necesario en la profesión.

Don Francisco se casó enamoradísimo con doña Josefina Jiménez. De esto hace precisamente ayer once años justos.

Del matrimonio tuvieron cuatro hijos: Silvina, que en la actualidad cuenta diez años y se halla interna en un colegio; Paquito, que tiene ocho y cursa las primeras letras en los Escolapios; Josefina, que cuenta cinco, y Manolito, que a Madrid vino con el matrimonio y al cuidado de la sirviente Asunción Haro.

Los primeros años del matrimonio fueron muy felices. Después de esta fecha cambió el disco, porque Josefina comenzó a cultivar ciertas amistades y a derivar por determinadas exhibiciones que alarmaron al esposo.

Gustaba Josefina en demasía de los viajes, de las modas atrevidas, de las fiestas y del «flirt», muy peligroso en mujeres demasiado impresionables.

La belleza y la extrema simpatía de la dama subyugaban al marido, que nunca se sabía oponer a sus caprichos.

Pero en D. Francisco Garrido comenzaron a minar los celos, llegando en su obsesión a tales extremos, que, abandonando su enorme clientela y dispuesto a hacer cambiar de procedimientos a su esposa, decidió realizar un viaje largo al Extranjero —Alemania—, a cuyo efecto, y por conducto de su mismo hermano, consiguió una comisión de carácter científico.

Con Josefina, y después de dejar internos a sus tres hijos mayores en el colegio, llegó a Madrid el Sr. Garrido en la fecha que más arriba señalamos.

Parece ser que la misma mañana de su llegada estuvo a visitar a un notable letrado granadino para darle cuenta confidencialmente de que dudaba de su esposa, y que de acuerdo con ella tenía decidida la separación.

El abogado quiso disuadirle; pero Garrido le enseñó un documento —documento que es posible que ya obre en poder del Juzgado— por el cual los dos esposos acordaban separarse con arreglo a las prácticas judiciales, solicitando ella el depósito.

Así y todo, el Sr. Garrido le manifestó que la separación habría de ser a su regreso del viaje al extranjero, pidiéndole consejo sobre la forma en que había de verificarse todo esto con la menor publicidad posible.

También el Sr. Garrido hizo saber al abogado que de un tiempo a esta parte, su esposa, con pretextos de compras y visitas, faltaba del domicilio más de lo debido, habiéndole acaecido el caso en el mismo Madrid, donde por dos veces se le había marchado sin saber su paradero.

En razón de todo esto, el señor Garrido había cortado trato con sus amistades, no teniendo más contacto que con las personas de su familia.

Ayer tarde, el Sr. Garrido tuvo que ir a la Dirección de Seguridad para recoger los pasaportes para el viaje a Alemania.

Salió del hotel a las cinco, indicándole a su esposa que si salía lo hiciera con el niño y la criada, procurando estar en el hotel antes de las seis.

Pero Josefina marchó a las cinco y cuarto, no regresando hasta después de las seis y media. Cuando volvió, como fuese reconvenida por su conducta, pues no sólo le había desobedecido en la hora, sino que se fue a la calle sin ningún acompañamiento, la esposa del Sr. Garrido manifestó que se había entretenido en unas tiendas, lamentándose que su esposo perdiera el tiempo en sacar pasaportes, porque una vez que tenían convenida la separación amistosa, ella tenía decidido quedarse en Madrid para siempre.

Esto debió exasperar al señor Garrido, que rápidamente combino y realizó la tragedia que le ha llevado a él a la cárcel, a su esposa a la tumba y a unos desgraciados e inocentes hijos al dolor y a la orfandad.

Otros detalles

Don Francisco Garrido, que todas las noches de su estancia en Madrid se mostró complaciente con su desgraciada esposa, llevándola a fiestas y teatros, había adquirido para la función de ayer en el Alkázar tres butacas.

Antes de la llegada del juez al hotel, el Sr. Garrido pretendió hablar por teléfono con su hermano D. Fermín, para darle cuenta del horrible crimen —«¡De mi infame crimen!», decía él— que había realizado.

Como le preocupara la situación en que quedaba su hijo, sacó la cartera, que contenía 700 pesetas, y pretendió entregársela a la sirviente Asunción Haro, diciéndole:

—¡Tome usted esto, y que no le falte nada! Este ángel es el que va a pagar, sin deber, todas las culpas.

Doña Josefina Jiménez, que yacía a los pies de la cama, todavía vestida con el abrigo que traía de la calle, exhibía en sus manos dos magníficas sortijas de brillantes y perlas, y en las muñecas varias pulseras de gran valor.

El bolsillo de su pertenencia, que se hallaba en el suelo y cerca de ella, contenía 250 pesetas en billetes del Banco, algunas monedas en plata y otras en calderilla. Además tenía un pequeño retrato de su hijo Manolo, un espejo y los ingredientes para los labios y la cara.

Diligencias judiciales

Como de costumbre, las diligencias judiciales se llevan con enorme reserva, siendo imposible a los periodistas averiguar nada de lo que practica el ilustre magistrado.

Únicamente se sabe que D. Francisco Garrido fue sometido a un interrogatorio que duró desde las nueve de la noche hasta muy cerca de las once.

Una vez prestada la declaración, el Sr. Garrido, en un automóvil, y acompañado de un policía, fue llevado a la Cárcel Modelo, en concepto de detenido e incomunicado, ocupando una celda común.

Después de prestar declaración el Sr. Garrido, fueron interrogadas la camarera y la criada, únicas personas que se encontraban cerca del matrimonio cuando ocurrió el suceso.

A las dos de la madrugada, el juez dio por terminadas sus diligencias, que continuarán hoy a las once, por el compañero a quien corresponda en turno el suceso.

] La Libertad, Madrid, domingo, 17 de febrero de 1929. [

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