martes, 18 de febrero de 2014

El catedrático granadino Garrido Quintana mata a tiros a su esposa en un hotel de la Gran Vía


El mayor monstruo, los celos


El catedrático granadino Sr. Garrido Quintana mata a tiros a su esposa en un hotel de la Gran Vía


Antecedentes y detalles de la tragedia

En el Hotel Alfonso XIII, situado en la Gran Vía, se desarrolló a primera hora de la noche del sábado un terrible drama pasional, cuyos desventurados protagonistas fueron el médico doctor D. Francisco Garrido Quintana, de cuarenta años de edad, natural y vecino de Granada, y profesor auxiliar de aquella Universidad, y su esposa, doña Josefina Jiménez, de treinta años, también natural de Granada.

Antecedentes

Don Francisco Garrido Quintana es un médico que goza en Granada de mucha fama. Hermano mayor suyo es el catedrático de Medicina y rector de aquella Universidad, D. Fermín Garrido, persona de mucho prestigio científico en Andalucía y bastante caracterizada en política, pues fue uno de los mejores amigos de Nocedal cuando éste acaudillaba el integrismo. Es actualmente uno de los jefes de la Unión Patriótica de Granada.

Don Francisco Garrido dedicóse, como su hermano, a la Medicina, licenciándose con premio extraordinario, y una vez doctor, se puso a ejercer su carrera y la especialidad de dermatología, donde llegó a alcanzar merecida reputación.

Contaba con una importante clientela, no sólo de Granada, sino de otras provincias de Andalucía, que le proporcionaba pingües ingresos y le permitía vivir con la mayor amplitud en un magnífico piso de la Gran Vía de Colón.

Era también profesor auxiliar de la Facultad de Medicina y autor de diversos trabajos científicos, publicados en revistas médicas de España y el Extranjero.

En 1918 se casó con la señorita Josefina Jiménez, huérfana, que vivía con unos tíos suyos en una casa de la plaza de Santa Ana, y que contaba a la sazón veinte años. La señorita Josefina Jiménez tenía bien ganada fama de ser muy bella, y el Sr. Garrido Quintana se manifestó desde el primer día enamoradísimo.

Los primeros años del matrimonio fueron felices. Don Francisco y doña Josefina hacían mucha vida de sociedad, concurrían a teatros y a «cines», y frecuentemente se les veía pasear en automóvil. Tuvieron cuatro hijos: Silvina, que cuenta diez años; Pepito, de ocho; Josefina, de cinco, y Manuel, de tres.

Pasado algún tiempo, la belleza de doña Josefina y su desenfado en el vestir originaron algunas murmuraciones, y aun anónimos, que recibió el marido. Esto dio origen a algunos disgustos matrimoniales, a los que ponía fin la intervención de la familia.

Recientemente hubo entre ellos un disgusto mayor que los anteriores, y el matrimonio vivió, separado algunos días, marchando ella a casa de sus tíos; pero al cabo vino la reconciliación, como otras veces, y el matrimonio salió de Granada para Madrid, y aquí estuvo una corta temporada.

Don Francisco Garrido es hombre de carácter algo violento, pero de conducta intachable, a lo que aseguran sus amigos de Granada. Parecía estar locamente prendado de su esposa, a la que siempre, públicamente y lo mismo en su vida privada, dispensaba toda suerte de consideraciones y rodeaba de comodidades.

Para subvenir a éstas gastaba cuanto ganaba en el ejercicio de su profesión, a la que consagraba todas las horas del día. Por las noches acompañaba a su esposa a los teatros y a las reuniones de sociedad.

Los viajes

Desde hace dos años habían aumentado en Granada las murmuraciones, y como consecuencia de ello, los celos de D. Francisco Garrido.

Coincidió con todo esto una gran tendencia en doña Josefina a viajar, y después de escenas borrascosas, conseguía siempre de su marido el que la trajese a Madrid, donde permanecían algunos días, para regresar luego otra vez a Granada, pues D. Francisco no podía desatender su clientela, base de su vida.

A lo que parece, no hace mucho tiempo, y después de una violenta discusión, los esposos acordaron separarse, y al efecto redactaron un documento, que ambos firmaron, solicitando la separación judicial.

Don Francisco, sin embargo, no renunciaba a hacer cambiar de actitud a su esposa y solicitó, y obtuvo una misión científica en Alemania, y rogó a doña Josefina que lo acompañara a dicho país. Ella, siempre, según lo que se dice, accedió; pero manifestando que a la vuelta de Alemania se separarían.

El día 30 del pasado diciembre, por la mañana, y de un modo brusco, dijo doña Josefina a su marido que quería marchar inmediatamente a Madrid, para comer aquí las uvas de Año Nuevo. El se resistió; pero concluyó, como de ordinario; por complacerla, y en el mismo día vinieron a la corte, donde estuvieron hasta el día 2 de enero.

El miércoles anterior al domingo de Carnaval, doña Josefina manifestó nuevamente deseos de venir a Madrid para pasar aquí los carnavales. Quería a todo trance que su marido la llevase a los cabarets; pretensión que en el viaje anterior había ocasionado entre ellos algunos disgustos.

Don Francisco, con objeto sin duda de distraerla de sus propósitos de frecuentar lugares de diversión, se trajo al niño pequeño, Manolo, de tres años de edad, y a la doncella, Asunción Haro, que llevaba a su servicio cuatro años.

Se alojaron en el Hotel Alfonso XIII, en la habitación exterior número 1, que tiene tres balcones que dan a la Gran Vía. Para la criada y el pequeño tomaron la habitación núm. 24, interior, pero inmediata a la suya, con la que se comunica por una puerta de escape.

Durante los días que últimamente permaneció el matrimonio en Madrid, ella salió sola muchas veces con el pretexto de compras. Parece que durante estos días los Sres. de Garrido hicieron un rápido viaje a Barcelona.

Según se asegura, a poco de llegar a Madrid D. Francisco en este último viaje fue a ver a un amigo y paisano suyo que ejerce aquí la abogacía, y le contó lo que le pasaba y le pidió consejo. Su amigo procuró tranquilizarle, y D. Francisco se marchó de su casa algo consolado.

El sábado a mediodía D. Francisco Garrido estuvo en el Consulado de Alemania para encargar los pasaportes que debían servir a su esposa y a él para ir a dicha nación.

Luego almorzaron juntos, y el marido rogó a su mujer accediese a hacer un nuevo viaje a Granada para estar con sus hijos unos días antes de emprender el viaje a Alemania, y sobre todo con objeto de pasar con la mayor, Silvina, el día del domingo, que era el de su santo.

Ella aceptó la proposición; pero dijo que quería salir por la tarde para hacer unas compras.

Don Francisco le rogó entonces que estuviese de vuelta a las seis para tener tiempo de preparar el equipaje y salir en el tren de la noche para Granada. El se quedó en el hotel empaquetando unos libros de Medicina que había comprado. Ella se puso el sombrero y un magnífico abrigo de pieles y se marchó sola a la calle.

El drama

A las seis de la tarde D. Francisco Garrido comenzó a dar muestras de inquietud, que se fueron acentuando conforme pasaba el tiempo. Frecuentemente preguntaba si no había llegado su esposa; y, según ha contado la doncella, hablaba solo y gesticulaba.

A las siete y media regresó doña Josefina con un paquete en la mano. Entró en la habitación, y dejó el sombrero en una silla. La doncella, comprendiendo que se avecinaba una escena desagradable, se retiró prudentemente al pasillo. Los dos esposos quedaron solos.

¿Qué ocurrió entre ellos? Se ignora.

Es lo cierto que a los pocos minutos sonaron varias detonaciones, y alarmadas penetraron en la habitación la doncella Asunción Haro y una camarera del hotel llamada Anita Chaves.

Vieron en el suelo a doña Josefina caída de espaldas, con el abrigo abullonado desde la cintura a la cabeza, las otras ropas revueltas y bañada en sangre, y a su esposo, que, inclinado sobre ella, gritaba, lloraba y se golpeaba el rostro.

De pronto el doctor Garrido, que no había soltado aún la pistola con la que disparara a su esposa, volvió el arma contra sí e hizo ademán de dispararse un tiro en la cabeza, y entonces Anita Chaves se arrojó sobre él, le sujetó el brazo, y después de un breve forcejeo logró arrebatarle el arma.

El médico volvió a arrodillarse junto al cuerpo inanimado de su esposa y lo cubrió de besos, mientras decía llorando:

—¡Josefina, perdóname!...

En el hotel se produjo el natural revuelo, y acudieron el director y algunos empleados, que separaron al médico del cuerpo de doña Josefina y lo llevaron a otra habitación, al mismo tiempo que avisaban a la Casa de Socorro más próxima.

En aquel momento el pequeño Manolito salió de la estancia inmediata, y al ver el cuerpo de su madre se arrodilló junto a él y comenzó a llorar.

Asunción lo cogió en brazos y lo sacó le allí; pero el niño decía entre sollozos:

—¡Que curen a mamita! ¡Que curen a mamita!

Llegó un médico de la Casa de Socorro, pero nada pudo hacer ya. Doña Josefina era cadáver, y presentaba tres heridas de arma de fuego: dos con orificio de entrada en la espalda, y la tercera por la parte derecha del rostro, y todas sin orificio de salida.

Don Francisco Garrido, cuando lo llevaron a otra habitación, pidió que le dejasen comunicar telefónicamente con su hermano D. Fermín, residente en Granada.

—¡Quiero contarle mi infame crimen! —decía.

Luego sacó la cartera y quiso dar 700 pesetas a la criada Asunción.

—Tenga usted, para que no le falte nada al niño mientras viene mi hermano— exclamó.

El Juzgado de guardia

El director del hotel dio cuenta de lo ocurrido a la Comisaria, y ésta avisó al Juzgado de guardia, que lo era el del distrito del Centro.

El juez, Sr. González Llana, practicó una inspección ocular en la habitación donde se había desarrollado la tragedia.

Yacía doña Josefina Jiménez cerca de la cama, con el abrigo puesto, con varias pulseras en las muñecas y con dos magníficas sortijas en las manos. Cerca de ella estaba su bolsillo, que contenía cincuenta duros en billetes y algunas monedas de plata y calderilla, así como un pequeño retrato de su hijo Manolo y un espejito, una barra para los labios y otros objetos menudos.

El Sr. González Llana ordenó que el cadáver fuera trasladado al Depósito Judicial, y que el doctor Garrido fuese llevado al Juzgado de guardia, así como la doncella Asunción, la camarera Anita y el director del hotel.

El doctor Garrido prestó una larga declaración, y luego fue encerrado en uno de los calabozos del Juzgado, con guardia a la vista; pero como éste observase en él gran nerviosidad, se lo comunicó al juez, que, temiendo intentase atentar contra su vida, dispuso que se le trasladara con las debidas precauciones a la Cárcel Modelo, donde ingresó a medianoche.

Trabajos del Juzgado

El Juzgado de guardia permaneció trabajando en las diligencias relativas a este trágico suceso hasta bien entrada la mañana de ayer. Todas ellas fueron presenciadas por el fiscal. Según parece, al sumario han sido aportados diversos documentos interesantes y también una segunda pistola propiedad del Sr. Garrido, el cual la había entregado a determinada persona, porque, a lo que se asegura, decía «que no quería tenerla en su poder para no hacer uso de ella en un momento de arrebato».

Terminadas las horas de la guardia, el Juzgado entregó todas las diligencias que hasta entonces llevaba practicadas al Juzgado correspondiente para actuar en este asunto, que era el del Centro.

Durante el día de hoy, el nuevo juez Sr. Rodrigo, acompañado del fiscal, trabajó en la iniciación del sumario ordenando lo actuado anteriormente y acordó realizar diversas diligencias ampliatorias.

También seguramente habrá comunicado al autor del crimen que, según la ley, puede designar persona que en su nombre presencie la práctica de autopsia en el cadáver de su esposa.

Ante el Juzgado comparecerán nuevamente para ampliar las declaraciones prestadas anteriormente diversos testigos.

Dada la reserva con que se lleva el sumario, se ignora si han sido citadas otras personas que puedan aportar a éste datos interesantes.

Lo que dice Asunción

Hemos hablado con Asunción Haro, la doncella que acompañaba al matrimonio y qué llevaba cuatro años al servicio de éste.

Nos dijo a nosotros y a otros periodistas, entre otras cosas, lo siguiente:

—Mis señoritos tenían muchísimos disgustos y siempre era por lo mismo: por los celos. Los celos no dejaban vivir a D. Francisco, y yo no creo que pudiera fundarlos en nada. Mi señorita era joven, guapísima, muy elegante y vestía con mucho gusto. Las mujeres la envidiaban y los hombres envidiaban al marido.

Frecuentemente D. Francisco recibía anónimos, que le ponían como loco. Como él trabajaba todo el día en su profesión y no podía acompañar a mi señorita más que por la noche, ésta salía siempre de día sola, y si tardaba algo, a la vuelta había invariablemente una escena violenta. Sin embargo, no la maltrató nunca de hecho. Hace algún tiempo vimos que tenía una pistola. La cogimos entre mi señorita y yo, la descargamos y la escondimos. Mi señorita no temía, no obstante, que pudiese ocurrir nunca nada grave. Tenía amigos y amigas, como todo el mundo; pero yo no he sabido nunca nada malo de ella.

Lo que dicen de Granada

Granada 18 (10 m.).— El drama ocurrido en el Hotel Alfonso XIII, de Madrid, ha causado aquí gran sensación por ser conocidísimos los protagonistas.

Don Francisco contaba con grandes simpatías, y la belleza y elegancia de su esposa eran populares. La opinión lamenta el suceso, en el que cabe no poca responsabilidad a la murmuración pública.

El matrimonio vivía entre continuos disgustos, y aunque parecían tener siempre su origen en los celos, es lo cierto que no se ha puntualizado nunca cargo concreto contra doña Josefina.

Ayer mañana, el Juzgado visitó el piso en que vivían los señores de Garrido, situado en la Gran Vía de Colón, núm. 45, entresuelo; recogió de él las alhajas y objetos pertenecientes a doña Josefina y selló después la puerta. (Febus.)

] La Voz, Madrid, lunes 18 de febrero de 1929. [

No hay comentarios:

Publicar un comentario